Virus al aire

El primer caso de Covid-19 en El Salvador se registró el 18 de marzo del 2020. Tres años después de aquel suceso, Felipe A. García, autor de Hard Rock (2018) y El infierno heredado (2022), nos comparte una crónica sobre el momento en que se da a conocer la noticia a la población salvadoreña.

Maridaje recomendado: Café

Por: Felipe A. García* 

El programa daba inicio a las 9:00 PM, pero se había convocado a Cadena Nacional a las 8:15. Llegué a la radio media hora antes de entrar al aire. Debido a un retraso por parte de Casa Presidencial, la cadena aún no iniciaba. “Vamos a comenzar tarde ahora —me recibió Juan Carlos, nuestro productor—. Dicen que ya hay un caso en el país”. Y tras esas palabras no me quedó de otra que tomar asiento afuera de la cabina y escuchar la noticia en los parlantes de la emisora.

Comedia ES Radio era el programa que llevábamos desde octubre del 2019. Se trataba de una tertulia cómica que elaborábamos entre los miembros del primer grupo de Stand Up Comedy en El Salvador. Su director, Fer Rodríguez, tenía como meta, más allá del entretenimiento, que aquel se convirtiera en un espacio para dar a conocer el trabajo de los comediantes nacionales. Nuestro objetivo en el programa no era informativo, solo de entretenimiento. Pero aquel miércoles las cosas fueron diferentes. Después de una larga divagación por parte del Presidente de la República, se anunció que el primer caso de COVID-19 en El Salvador había sido registrado.

Se trataba de una persona que había viajado a Italia, pero tras su regreso al país, en un intento por evitar la cuarentena obligatoria que el gobierno impuso a todas las personas que retornaban a El Salvador, ingresó por un punto ciego del municipio de Metapán, el cual es fronterizo con Guatemala y Honduras. Entonces se desató el miedo colectivo. Las primeras reacciones que se manifestaron en redes sociales fueron de indignación. Se condenó a la primera víctima del virus registrada en el país por un acto tan irresponsable y egoísta. Hubo mensajes que proponían un linchamiento hacia ese primer paciente de COVID, el cual solo se sabía que estaba ingresado en algún hospital de aquel municipio, luchando por su vida.

Quijuesuputamadre”, comentamos en la estación, mientras esperábamos a que terminara la Cadena Nacional para entrar al aire. Era una sensación de derrota. Hasta ese día nos habíamos jactado de ser el país que mejor había tratado la prevención del virus, al menos en Latinoamérica, cerrando fronteras con varios países como el caso de China e Italia, naciones con el mayor número de contagios. También sentimos decepción y rabia contra ese compatriota contagiado, por exponer a todo El Salvador por un acto tan vivián de su parte. El miedo era tal que nadie mostró solidaridad hacia él.

Durante la cuarentena comprendí que el miedo que sentíamos no nos inmovilizaba. Nos alteraba. El miedo y la incertidumbre que sentíamos nos hacía atacar. Los días siguientes, en las noticias internacionales, se leían notas sobre ciudadanos que agredían a personal del sistema médico o personas contagiadas por COVID-19. Temían que estos, que no tenían la culpa por lo que estaba ocurriendo a nivel mundial, les transmitieran el virus. Éramos más agresivos porque nos enfrentábamos a algo que no podíamos ver. La desinformación mediática no nos ayudaba, el ignorar qué estaba ocurriendo afuera nos alteraba. Se hicieron aún más comunes las Fake-News. Las personas acudían a ellas en busca de alguna respuesta que los medios oficiales no podían ofrecerles. Pero al mismo tiempo, la sobre información también nos afectaba psicológicamente.

El Presidente de la República, en un intento por hacernos entrar en conciencia, solicitó reproducir el audio de un médico español que, al borde del llanto, exigía a las personas a entrar en razón, no incumplir la cuarentena porque el número de infectados se había desbordado en España y no podían atenderlos a todos. La voz histérica del doctor era aterradora. No me imagino cómo habrá sido escucharla camino a casa, en la radio del carro. Tal vez, lo más parecido, era lo que sintieron los radioescuchas de aquel programa especial de La guerra de los mundos de Orson Wells. Una mezcla de incredulidad y horror.

Con aquel audio terminó la Cadena Nacional. “Después de comerciales entramos al aire”, nos advirtió Juan Carlos. “Animen a la gente. Hoy más que nunca háganlos reír”, nos ordenó. Después de aquel mensaje a la nación por parte del presidente, los salvadoreños debían distraerse un poco. Intentar animarse. Nosotros sabíamos que ese era nuestro trabajo, pero nunca antes habíamos sentido tanto compromiso por hacer reír. Ni siquiera en los shows, donde sabemos que hay gente que ha pagado un precio por vernos, habíamos sentido esa presión. Fer Rodriguez nos reunió. Antes de cada show presencial, acostumbramos a hacer hacer un círculo, dedicar unas palabras de ánimo y a desearnos suerte, como en el teatro, bajo la expresión de “mucha mierda”. Aquel no era un show de Stand Up, pero Fer consideró que teníamos que arrancar el programa con los mismo ánimos que en uno. La gente lo necesitaba. Estaba asustada tras la noticia de que el virus estaba en el aire.

Nosotros también entramos al aire. Pero no lo hicimos con el mismo ánimo de siempre. Sentíamos miedo e incertidumbre. No sabíamos qué iba a pasar en los próximos meses. Había quienes confiaban que en quince días todo regresaría a la normalidad. Pero el resto eran pesimistas. La verdad es que, pese a nuestro esfuerzo, no creo que aquella transmisión haya sido nuestro mejor programa. Estaba lejos de serlo. Sin embargo, no bajamos el ánimo. Esa noche no hubo interacción con el público. Los pocos mensajes que entraban al WhatsApp de la radio eran para comentar sobre el virus y juzgar a ese hombre que, afirmaban, lo había dejado entrar al país. Al terminar la transmisión nos quedamos unos minutos en el parqueo de la radio. Fer, como director del grupo de Stand Up, nos confirmó lo que ya sabíamos: los shows que teníamos programados ese mes quedaban cancelados hasta nuevo aviso.

Eran más de las diez de la noche de un miércoles. Ya era hora de irnos. Fer fue el primero en despedirse. Primero se despidió haciendo una seña con la mano, pero a último momento se arrepintió y nos dijo: “Nombre, bichos, déjenme abrazarlos. ¿Quién sabe hasta cuándo vamos a volver a vernos”. Y sin él saberlo, con aquella pregunta expresó la duda que teníamos en todo el país. Más bien la duda que teníamos en todo el mundo.

San Salvador nunca ha sido una ciudad tan iluminada. A veces parece más pueblo que ciudad. Durante la semana, el comercio cierra temprano. Después de las 10:00 PM, son muy pocos los establecimientos que se mantienen abiertos. Uno de ellos es LIPS, un night-club ubicado en la colonia Escalón, tres kilómetros arriba de la radio. Su fachada se suele mantener iluminada por la luz neón color fucsia de su letrero. Esa luz resalta en la zona. Le da, al menos en apariencia, la sensación de ser un área con mucha vida nocturna. Pero esa noche su letrero estaba apagado y todo a su alrededor estaba oscuro. San Salvador parecía deshabitado.

*Felipe A. García (San Salvador, 1991). Autor de las novelas «Hard Rock», «Diario mortuorio» y «El infierno heredado», publicadas por la Editorial Los Sin Pisto. Comediante de Stand Up en Comedia ES.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s