Había llorado toda la noche y no sabía qué le iba a decir a su mamá cuándo le preguntara que por qué tenía los ojos tan hinchados. En el fondo, le alegraba que todavía había algo que le importaba: la opinión y los regaños de su madre. La hacía sentir, momentáneamente, que no era tan cierto eso de que quería morirse y que ya nada tenía sentido. Porque estaba sentada en la orilla de la cama buscando una excusa para esos ojos rojos y párpados inflamados que le dificultaban la visión.

Se levantó, por fin, y decidió que iba a decirle que la crisis alérgica que le agobiaba todas las noches la nariz había caminando hacia los ojos. Pero que con unas loratadinas todo iba a estar mejor. Y, por supuesto, con un té de esos que ella le preparaba. Salió a la cocina. Los trastes sucios seguían acumulados en el lavadero y ella no se había cambiado de ropa en tres días. El mismo pantalón de vestir negro y blusa negra. Sintió náuseas y se dio cuenta de que no había sido un sueño. Dejó caer la excusa y regresó a la habitación. Lloró toda la noche y a la mañana siguiente volvió a pensar en cómo le iba a explicar a su mamá esos ojos a punto de estallar.

Se levantó, con la dificultad de quien lleva muchas horas sin comer y salió. Ese día tampoco había té ni regaños. Mamá ya no estaba en la casa.

*Doris Rosales: es Comunicadora Social. Ha hecho investigación y periodismo.