Buenas personas

Maridaje recomendado:  Vodka Rachmaninoff triple y seco

Por: Luis Contreras*

Recuerdo que el primer pensamiento que tuve al apreciar a mi abuela paterna fue el de un monstruo al que podía ver más de trece veces todos los días y todavía seguir asustado. También recuerdo que, después de ese pensamiento y percatarme de que a mi alrededor no había nadie cerca para escuchar, susurré: pobre de sus papás que tuvieron una hija monstruo; y, después: pobre de mi padre que tiene una mamá monstruo. Esas frases se quedaron conmigo con el paso del tiempo, hasta anteayer.

Incluso una vez, dudoso, llegué a pensar: yo también soy un monstruo, por eso mi madre murió cuando nací, por ver que su hijo también salió monstruo. Eso llegó a su fin cuando le pregunté a mi padre. Me dijo: tú eres un hijo de Dios, un buen hijo de Dios, y yo tuve que creerle. Conclusión: la línea monstruosa finalizó con mi abuela y no con mi padre, porque yo lo veía (solo por las noches, por su trabajo) como un hombre derecho, un hombre justo. Hasta que un domingo, hace más o menos tres años, el monstruo, mi abuela, le dijo que era igual que ella en la mayor parte de las cosas. Yo estaba viendo mi programa favorito a cuatro metros de ellos: El Pájaro Loco. No quería escuchar nada más que la televisión, pero no me dejaron. Él contestó que siempre la había tenido como buen ejemplo a seguir, que todo lo que se ha propuesto lo ha logrado porque ella lo había criado. Aproveché que los comerciales interrumpieron mi programa y di media vuelta disimuladamente para observarlos: estaban dándose un abrazo. Creo que ella lloraba. Susurré: no dejan ver nada en paz. Mi cabeza hizo boooooom cinco segundos después, al pensar que ahora (el ahora de hace tres años) eran dos monstruos con los que iba a convivir, no solo con uno. Me dio tanto miedo que mejor dejé mi programa favorito a la mitad y me fui a mi cuarto: no cerré los ojos en toda la noche, por el miedo y por no haber terminado mi maldito programa (no iba a saber, hasta la próxima semana, cuando dieran la repetición, qué había pasado con la máquina de control del clima y la fiesta en la piscina del Pájaro Loco). Ni siquiera pude escuchar su risa al final del episodio, que me provoca cierta tranquilidad. Desde ese día empecé a sentir molesta la existencia de los dos: al mal aspecto de mi abuela por haber hecho de mi padre un monstruo igual o peor que ella; a la marioneta de mi padre por quebrarse ante ella. Eliminé mi primera conclusión, hecha hace bastante tiempo, y la reemplacé por la segunda: la línea monstruosa ha finalizado con mi padre y no llegó hasta mí porque yo soy un buen hijo de Dios. Otra forma de comprobarlo: todas las personas que conocieron a mi madre, y que ahora me conocen, dicen que me parezco más a ella. Dicen, también: tu madre fue un pan de Dios.

 

Voy al colegio, como todos los demás. A ellos los he escuchado hablar de sus abuelas no-monstruos que los alimentan bien y les dan dinero cada vez que van de visita donde ellas. Fumo tabaco y marihuana y me masturbo como actividades recreativas. Además, me ayuda a la concentración y mejora mi eficacia; no como mis amigos, que agarran modo aspiradora-chimenea. También, al igual que mi madre lo hacía, toco el piano. Mis dedos son un poco más largos de lo que deberían ser, entonces se me hizo fácil. Los monstruos disfrutan cuando toco el piano. Siempre sonríen, por más sencillo que sea lo que toque. Así los mantengo felices (aunque mis notas del colegio se encargan más de eso). Tuve que aprender a vivir con ellos y controlar mis sentimientos hacia ellos (el Producto, la hierba, también me ayudó en estos dos aspectos), hasta que les llegó la hora de cierre, de clausura, de toma todas tus mierdas de monstruo y a llorar a la morgue. Y se fueron, de veras que sí. Mi papá hace un año; mi abuela, anteayer, que también fue mi hora, de una manera un poco diferente, simultánea a la suya: volver, regresar a la superficie y ser el hijo de Dios que todos somos en algún momento de nuestras vidas.

Sucedió en la noche; mi madre cumplía 16 años de muerta. Mi padre estaba afuera en el parque y mi abuela en cama, dormida. Había fumado una cantidad exagerada (poco más de la mitad de la onza) de la Cuestión y cuando consumo esa cantidad hay dos opciones: me duermo como si fuera una princesa en su castillo o me masturbo lo suficiente para seguir despierto. Hablo de la misma noche cuando les digo que, por primera vez, me masturbé de pie. También, terminé la tarea de la Lic. G (que eficientemente nos devolvió ahora en la mañana): saqué la mejor nota de todo el grado, que tiene cuatro secciones. Recuerdo una noche parecida a la de anteayer, hace más o menos tres meses, en la que tuve que masturbarme cuatro veces, con un descanso de 3.5 minutos entre cada venida, todo para no quedarme dormido porque tenía que acabar una tarea del Dr. Cáncer. Fue hermoso y fatigante. Esto último, sobre todo, porque tuve que ser callado por el sueño de uno de los monstruos. Un poco más hermoso ya que esa noche también estaba colocado. Fue como si lo hubiera hecho anal.

Pero anteayer: necesitaba estar despierto para terminar la tarea y, como ya dije, saqué la mejor nota del grado (no sabía si eso era en realidad un dato bueno o malo: no sobrevaloro a mis compañeros en ningún aspecto). Lo que me molestó fue que se tomara la molestia de destacar el mejor trabajo en las cuatro secciones del noveno grado del Colegio Estatal para Niños Obedientes (CENO) de La Nación. Al principio, la Lic. G no quería decir el nombre del autor del trabajo, pero todos mis compañeros (incluyendo a Larva, Martillo, la majestuosa Emily y al puto de Dimmi) la convencieron de mencionarlo, para que ellos pudieran pedir consejos y tutoría al estudiante ejemplo para la próxima vez que tuviéramos que entregar un trabajo.(Ay, Lic. G, por favor.)

—El autor del trabajo que tuvo la mayor nota en todo el noveno grado es George Blues —aplausos, carcajadas y luego felicitaciones. Pura burla: saliva de terceros en mi cara. Hijos de puta. Lic. hija de puta.

 

Otra cosa memorable de la noche en que me masturbé cuatro veces fue que no me masturbé pensado en Emily. Creo que fue la segunda de las cuatro jaladas. Imaginé a Carla, la niña alta y de piel morena de primer año que tiene los ojos de diablo y la sonrisa de ángel. Cuando acabé pensando en ella sentí una sensación diferente. No lo puedo explicar. Creo que no se relaciona al hecho de haber estado colocado, sino al de haber pensado en ella y en su forma de sentarse. Esa jalada me animó a terminar la tarea: muchísimas gracias, Carla. Sólo dormí media hora, así como anteayer, que sólo tuve que masturbarme una vez, no cuatro. Y, siempre anteayer, al momento en que iba a encender el séptimo porro, después de haber ido a ver si el monstruo seguía dormido, mi perro, Mr. X, empezó a ladrar. Esa era su forma de decir que quería salir, tres horas y media después de haberle dado su comida. Yo le agradecí y decidí sacarlo al parque porque era un buen perro, porque podía despertar al monstruo y por haberme interrumpido antes de encender el porro y no cuando ya lo estuviera fumando. Agarré la correa, un cigarro y el encendedor. Pasé por la sala con Mr. X, vi mi piano intacto, y salimos al parque.

Hacía frío y olvidé sacar mi suéter. No quise regresar por miedo a hacer ruido. Me senté en la mesa del parque (aunque no sé si a eso se le puede llamar parque), encendí mi cigarro y dejé que Mr. X se encargara de sus cosas. Estaba oscuro, la luz externa de mi casa era la única encendida, aunque no era la gran cosa: 60W. Alcé la mirada hacia el cielo. Por un momento pensé que podía estar en cualquier otro lugar, país y continente. Me gusta mirar el cielo, sobre todo cuando la oscuridad ya ha desplazado a la luz. A la mitad del cigarro estaba empezando a quedarme dormido. Eso significaba que iba a tener que masturbarme, cosa que no sentí rara o anormal porque estaba haciendo frío, me estaba congelando, no había sacado mi maldito suéter y la situación del sueño. Además, tenía que esperar a Mr. X: no había orinado ni siquiera tres veces, y en estos niveles del año él orina bastante. No podía entrar si él no hacía las dos cosas. Recordé que la vez pasada (de anteayer), en el banco de la mesa en el que estaba sentado, me habían picado las hormigas en las piernas. Eso, el asunto de las dos cosas con Mr. X, que casi me quemaba la boca con el filtro del cigarro y la tarea de la Lic. G, me levantaron y despertaron de un salto. Miré por los siete caminos en los que se puede entrar a este “parque” y no había nadie. Caminé un poco para ver si Mr. X por fin se decidía a terminar sus asuntos, pero nada. Estaba en el mismo lugar de hace unos minutos, olía y escarbaba. Pasó un largo rato en el que me quedaba dormido de nuevo porque Mr. X no se movía de donde estaba y porque no me había masturbado. Había hecho un ligero agujero en la tierra.

Me vino de nuevo el maldito frío. Me consideré un estúpido por no haber sacado mi suéter y no me quedó otra opción: tuve que aprovechar que Mr. X no se movía de donde estaba y empecé a masturbarme así, parado y con la correa un poco tensa. Era ahora (el ahora de anteayer) o nunca. Empecé a tocarme y se me puso dura al minuto y medio. Me la saqué por completo a los dos minutos y estuve así durante nueve más. Mr. X finalmente se movió, pero porque había oído unos pasos por una de las entradas del “parque”. Me asusté, me la guardé y me puse como si nada. Estaba a la expectativa de descubrir quién venía y si era alguien que conocía o no y si iba a pasar cerca y me iba a hacer o decir algo o no. Me di cuenta de que era un perro y me alivié un poco, porque alguien más podía venir detrás del perro. Pero no sucedió así. Volví la vista hacia el perro (llamémosle Mr. C) y me fijé que era con el que Mr. X se peleaba siempre que podía. Acerté al pensar que esa era la razón por la que Mr. X se había movido y dejado de escarbar, así que fingí que le iba a tirar una piedra a Mr. C para que se fuera (con la mano que no había estado sosteniendo mi verga) y así pasó. Mr. X volvió y yo empecé a masturbarme de nuevo. Seguía dura después del susto que me dio Mr. C. Esto de estar colocado es una gran cosa: qué milagros hace, susurré. Continué masturbándome por trece minutos. Estaba a punto de acabar cuando Mr. X volvió a moverse otra vez porque Mr. C, que pensé que se había asustado del todo, regresó. Solo se había ido a otro de los siete caminos por los que se pueden entrar o salir de este “parque”. No quise dejar de jalármela porque eso sólo me había asustado un poco y no quería descansar hasta venirme. Además, eran dos perros. Mr. X se movió más y yo tuve que aguantar y esforzarme para poder venirme. Mr. C se acercaba poco a poco a Mr. X, hasta que yo hice un mate con el cuerpo entero de empezar a correr hacia él con mi verga en la mano y dejó de acercarse y bajó las orejas un momento, pero empezó a ladrar. Mr. C hijo de la gran puta, dije. Mr. X también empezó a ladrar y a jalar un poco la correa, que ya estaba tensa por completo. Corría el riesgo de caerme y lastimarme no solo el brazo y la cabeza, sino también el miembro, todo esto sin haberme venido. Mr. X hijo de la gran puta, dije. Jalé la correa, no mi verga, como para amenazar a Mr. X. No jaló más la correa, aunque los dos perros continuaron ladrando. Por un momento, la pelea de los dos perros se volvió un intento de sexo canino entre los mismos y casi perdía mi erección, pero los milagros suceden.

Los seis porros que ya me había fumado antes de sacar a Mr. X hicieron que el sonido de los ladridos, que se quedaba retumbando en mi mente, se transformara en el grito que yo imaginaba que Carla iba a hacer cuando le diera. En mi cabeza junté imagen y sonido y pasé así cuatro minutos. También pensé en su caminar: su falda al meterse entre sus piernas, sus pies caminando sobre nubes de leche, y los ojos de algunos de nosotros perdidos en su cintura, caderas y piernas. Mr. C finalmente se había cansado de Mr. X y se había marchado. Estaba a punto de terminar de masturbarme cuando vi que Mr. X había dejado a la vista un zapato y parte del pantalón y la pantorrilla de tanto escarbar y, justo a la par del pie izquierdo, se encargó de hacer sus necesidades. Esa sorpresa y la imagen y el sonido de ese espécimen, que todavía estaban en mis pensamientos, fueron en definitiva lo que me llevó al clímax y a terminar de jalármela. Hermoso, porque me quitó una buena parte del frío y sueño que tenía y, sobre todo, porque gracias a esa jalada iba a tener los ánimos suficientes para que, cuando terminara de fumar, me pusiera a hacer la tarea de la Lic. G, amante del Rector W. Vi toda mi corrida, sacudí la mano y lo que todavía quedó lo limpié con una hoja de árbol. Me guardé el asunto y eché tierra en las partes donde Mr. X había dejado descubierto el cadáver de mi papá. Le dije adiós y fui a traer el encendedor a la mesa en la que estaba sentado hace rato, donde vi alborotadas a las hormigas que me habían picado las piernas la vez pasada. Recogí rápido el encendedor para que no nos picaran y caminamos hacia la casa.

Cuando llegamos a la sala, vi al otro monstruo sentado frente a la ventana, en el sofá. Dijo: he visto todo lo que hiciste allá fuera, pensé que eras un pan de Dios, como tu madre, pero ya veo que no. Me quedé callado, llegamos a la puerta de mi cuarto y encerré a Mr. X en él. Me calmé y caminé hacia la cocina. Agarré un vaso, me serví agua. Saqué un tenedor de una gaveta y lo dejé allí, tirado. Me fui a la parte del patio donde no hay techo, para ver el cielo oscuro. Dijo, desde la sala: ¿te vas a quedar callado? Tu mamá nunca se quedaba callada, al menos ella no se cagaba. Regresé a la cocina y dejé caer el vaso, que todavía tenía agua. Fue como que si hubiera vertido todo en el vaso y este se hubiera vuelto tan pesado que no había de otra. El monstruo escuchó y llegó lo más rápido que pudo y me dijo, preocupada, que me fuera a mi cuarto porque podía herirme con tanto vidrio quebrado. No le hice caso y me quedé allí parado, viéndolo, con los ojos bien abiertos. Sentí más asco que odio al verlo por tanto rato. Agarró una bolsa y la escoba. Buscó la pala y no la encontró, le iba a tocar recogerlos con las manos. El efecto de la Cuestión se había reducido en ese pequeño lapso de tiempo. Empezó a recoger el vaso pedazo por pedazo y, cuando se agachó para recoger el último, justo cuando tenía la palma de la mano abierta (a dos centímetros del pedazo de vidrio) y lista para agarrarlo con cuidado y meterlo en la bolsa, se la pateé fuertemente para herirla lo mejor posible. Gritó algo inentendible en su primer idioma y después volteó a verme y gritó, en nuestro idioma: ¡sos un monstruo! Dejé que se empezara a levantar y, cuando tenía una posición como de estar rogándome que tuviera misericordia de Dios por su vida, agarré el tenedor que había dejado tirado y se lo clavé en el lado izquierdo de su cuello antes de que ella pudiera decir algo más. La sostuve y me vio con la cara de querer decirme algo. La dejé en el suelo, acostada. En ningún momento trató de sacarse el tenedor. Eso me pareció raro, como si todo este tiempo, desde que nací, estuviera a la expectativa de que lo hiciera, que terminara con ella. La jalé hasta dejarla en el patio, al lado del tragante, adonde me quedé viéndola un momento más. Saqué el tenedor de su cuello y un río empezó a fluir. Le cerré y abrí los ojos varias veces, para ver cómo quedaba mejor para cuando tuviera que darle la bienvenida al primer gusano. La tercera conclusión, que es la final, salió a flote y susurré: la línea monstruosa va a terminar conmigo, con nadie más que conmigo. Me fui a mi cuarto y cerré la puerta para que Mr. X no pudiera salir. Nadie iba a salir. Todos nos teníamos que quedar adentro. Encendí el séptimo porro y me puse a escuchar el David Helfgott Plays Rachmaninov: Piano Concerto No. 3; Four Preludes; Sonata No. 2 que casi tengo dominado. Cuando se terminó, encendí el octavo. Mr. X se quedó dormido media hora después. Una hora después de eso dejé de fumar mota porque ya era media noche, tenía que ir a enterrar al monstruo y no había empezado la tarea, que al final entregué y fue la mejor del grado.

Mi hora puede volver algún día de estos y agarrarme desprevenido. Mientras tanto, seguiré siendo un buen hijo de Dios. Mr. X, ahora, tiene dos cadáveres para escarbar cuando salgamos al parque. Si alguna otra persona quiere estar dentro de la lista: bienvenida sea.

*LUIS CONTRERAS (SAN SALVADOR, 1995) ES ESTUDIANTE UNIVERSITARIO DE ÚLTIMO AÑO. VAGO, LECTOR Y NARRADOR.

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