Maridaje recomendado: Mezcal joven
Por: Ernesto Parada*
Fotografía: Alexander Popov (Unsplash.com)
El viernes por la noche hay una ansia por escapar de la rutina, por probar algo nuevo, por sentir algo nuevo. Fiesta en CIFCO. Tocaba una banda de Techno de Berlín: Loud Neighbor. Los vi hace unos 6 años, cuando tenía más pelo, cuando no tenía el desgaste de dos ex novias que lo único que sabían para divertirse era salir del país y hablar de sus viajes, cuando la libertad parecía que iba durar para siempre, cuando los veintes eran el paraíso del prueba y error. Fui, solo, como siempre desde que cumplí los 30 años. Ya que a esa edad todos tienen compromisos de adulto contemporáneo tercermundista. Las causas: el matrimonio de unos, el trabajo de otros, la novia que quiere comer con los padres, el salir a tomar algo para regresar temprano a casa. ¿Qué pasa a los 30 que al cerebro se le olvida que la vida estructurada no lo es todo? ¿Qué pasó con probar las nuevas experiencias, con alimentar más el espíritu bailador que lo hace todo posible, o al menos te hace ver y sentir que todo es posible?
Tuve que planear mi llegada. Para estos eventos hay trucos. Es decir, si llegas a la hora en que abren las puertas, lo más seguro es que no haya ni una alma bailando. Si llegas una hora después de que abran las puertas, puede que haya algunos más, pero no bailando. Usualmente son hombres que sólo llegan a la barra a tomar y ver mujeres; o mujeres que sólo llegan a coquetear y a sentarse en el VIP con los chicos ricos. Tampoco quieres llegar tarde a la fiesta y perderte todo el subidón de beats que hacen los DJs. Llegué a una hora intermedia. A las 10 de la noche. Pagué, pasé seguridad, y cabal, ahí estaban los que no planeaban bailar y los que ya estaban en la pista, junto al DJ, gritando incoherencias (esos, amiguitos míos, son los que se han dado una pastilla de éxtasis antes de tiempo).
Visité la barra. Dos niñas de aproximadamente 20 años se acercaron a mí. Al principio pensé que sólo querían ordenar unos tragos con más dulce que alcohol, pero no. Podía sentir su calor más cerca. Uno que ha venido a este tipo de eventos puede olerlo. Una vestía una blusa plateada brillante y unos shorts cortísimos. Creo que le cortaban la circulación a sus piernas, pero no importaba, sus nalgas desafiaban la gravedad. Puras, casi virginales, y de fácil ver. La otra era de súper baja estatura y sólo eso recuerdo de ella.
La de la blusa plateada me preguntó que qué tomaba. Le ofrecí mi trago. Sonrío antes de que sus labios tocaran ese bendito vaso de plástico, pero pude ver cómo su cara se descomponía al probar el contenido, el líquido hecho para seguir bailando: un jägerbomb. Ella dijo: “qué rico, fuerte, pero rico”. Después la convencí de compartir un cigarro en la pista de baile.
Bailar techno con otra persona no es como usualmente se baila con otra gente. Es bailar por separado, pero juntos; es decir, al lado del otro, pero sintiendo la música y los beats individualmente. Sabes que la persona con la que bailas está justo a la par tuya, lista para compartir un cigarro contigo, y dispuesta a intercambiar comentarios sobre lo bueno que es el DJ o del ridículo que está haciendo alguien que se dio una tacha antes de que el headliner de la noche saliera a tocar. Con la de la blusa plateada fue un poco diferente. Hablábamos más que bailar. Obvio, sólo de cosas generales, como donde trabajaba, qué DJs le gustaban, y a qué festivales de música había ido.
Es bueno mantener conversaciones intrascendentes en la pista de baile, ya que, y esto me lo dicen los años a los que he atendido a este tipo de eventos, no puedes construir una relación seria al conocer a alguien bajo las circunstancias de una fiesta desenfrenada. Es saludable saberlo y practicarlo. Y esa noche los dos estábamos en la misma sintonía, hasta que llegó el imbécil de su chaperón y su amiga de estatura baja.
Tuve que interactuar con los dos nuevos personajes. No sabía si su chaperón era su amigo gay-sobre-protector, o su pretendiente o su casi novio, pero el tipo no hablaba, sólo era una pared entre ella y yo.
Tenía que generar un plan. Fui por más jägerbomb. Necesitaba pensar con alcohol en mi cerebro.
Regresé a la pista de baile cuando Loud Neighbor salió al escenario. Encontré a la chica de la blusa plateada hablando con su chaperón y su otra amiga ya no estaba. Me les acerqué, seguí bailando con un cigarro en mano. Entre las luces multicolores del que rebotaban la cara de todos los asistentes, intercambiaba miradas intermitentes con mi chica de la blusa plateada. Sabía que ella lo quería y yo la quería hacer mía ahí, enfrente de los parlantes que escupían los beats más letales de Berlín.
Cuando el chaperón se fue de su lado, seguramente a traerle un trago a mi chica plateada, mi plan entró en acción.
La técnica para besar a alguien en una fiesta de techno tiene su arte. Primero, me puse a bailar detrás de ella, cada vez que la gente frente a nosotros salía a comprar más alcohol, yo la empujaba hacia delante, hasta llegar a estar a tres pasos de Loud Neighbor. Segundo, mis brazos entraban en juego: abrazaba su vientre sutilmente, sin tanta fuerza, pero con la suficiente firmeza de hacer algún tipo de contacto y, además, coloqué mi nariz en su cuello, para que sintiera mi respiración y aliento a cigarro mezclado con jägerbomb. Tercero: esperar. Esperar a que el beat más fuerte de la canción pegara. Y justo ahí, cuando las manos de la gente estaban en el aire, cuando los gritos de los que se habían dado una tacha antes de tiempo sonaban y los rayos multicolores se dibujaban en el humo del recinto, ahí besé a mi chica de la blusa plateada.
Y sí, el chaperón me iba a dar un vergazo en la cara, y sí le iba a arruinar a algunas personas su viernes por la noche, y sí le iba a quitar protagonismo a los alemanes de Loud Neighbor, y sí, no iba a volver a ver a la chica de la blusa plateada y sí, la policía me iba a sacar a la fuerza. Y una vez más me dije: es bueno regresar, sin quedarse.
*Ernesto Parada (San Salvador, 1986). Me pagan por mentir: soy publicista o, para algunos, una bestia del capitalismo (no muerdo, aunque depende de la situación en que me encuentre). Fan de Cortázar, embajador indiscutible de la república del mezcal (¡salud, cabrones!) y tengo la dificultad de estar quieto en fiestas electrónicas. Y por último, un dato inútil: de niño me gustaba ver y seguir a las hormigas por horas. ¿Algún experto que me pueda explicar del porqué hacía eso? Necesito una respuesta o por lo menos una mentira convincente. Gracias.
Una respuesta a “Es bueno regresar, sin quedarse”