Purgados

Nuestro cuarto cuento del III Especial de Halloween de Revista Café irlandés también pertenece a un autor novel. Presentamos «Purgados» de Sartovatal. Un relato inspirado en la pintura de Zdzisław Beksiński.  

Maridaje recomendado: Leche helada para esperar el fin del mundo

Por: Sartovatal*

Foto de portada: Zdzisław Beksiński

Todo había comenzado de manera inofensiva hasta la llegada de los Heraldos. De todas partes del país llegaban reportes sobre la aparición de extrañas formaciones rocosas que semejaban cabezas de pequeños bebes dormidos, de no más de veinticinco centímetros de altura. Las redes sociales confirmaron que esta situación se había repetido alrededor del mundo. Las noticias hacían un seguimiento de los primeros reportes que elaboraban los científicos de los países desarrollados y a nosotros sólo nos quedaba estar a la expectativa de las múltiples explicaciones que formulaban los expertos.

Como toda noticia en el mundo “del ahora”, fueron pocos los días que los noticiarios nacionales por televisión, radio y periódicos le brindaron a las “cabecitas de bebes”, como coloquialmente bautizaron al fenómeno en este país, por lo que era fácil encontrar teorías de conspiración y explicaciones de lo más inverosímiles del fenómeno, provenientes del “boca en boca”. Si uno quería seguir los hallazgos o encontrar más información al respecto, tenía que ir a foros de discusión científica o a posts de Reddit en los que se discutían y se exponían los avances de las múltiples pruebas que se estaban haciendo en diversas partes del mundo. Semana y media pasó desde que se documentó la primera gran noticia que antecedió el inicio de la extinción de la raza humana. Las “cabecitas de bebes” estaban creciendo.

Los científicos batallaban para intentar dar una explicación razonable del comportamiento de las formaciones rocosas, pero todas eran infructuosas. Religiosos y hasta cienciólogos daban sus propias explicaciones de qué es lo que estaba sucediendo, adoptándolas lo mejor que podían a sus respectivas creencias. Como era de esperarse esta noticia no fue comunicada por los medios nacionales de información convencional, al parecer no era lo suficientemente “jugosa” y por lo tanto no valía la pena informarla. En cambio, internet estaba rebosando de datos peculiares, si se les sabía buscar, que mi curiosidad me urgía por constatar personalmente.

No tenía que viajar mucho para encontrarme con una “cabecita de feto”, pues un grupo de Facebook daba la ubicación de algunas de las que habían aparecido en el país y noté que había varias relativamente cerca de mí casa. Visité algunas de estas y me di cuenta que, si iba a hacer una investigación por mi cuenta, tenía que encontrar una y no avisar a nadie, ya que las personas habían hecho cosas de lo más increíble con “sus” cabecitas. Estaban las que les habían hecho altar y les rendían tributo, otras habían armado carpas alrededor y cobraban entrada para verlas de cerca (quizá no se habían percatado que en internet uno podía encontrar múltiples fotos y en alta definición), las autoridades de la Universidad Nacional y el parque bicentenario habían limitado el acceso donde habían aparecido y en un caso me encontré con que el dueño de la propiedad amenazaba de muerte a los interesados que querían examinarla.

Aproveché una visita a mis abuelos para tratar de encontrar y examinar una “cabecita de bebe” a las que ahora el vox populi ya no le decían así, pues el crecimiento de la formación rocosa había seguido constantemente a un ritmo exponencial, con la perturbadora característica de que parecía que mientras crecía en tamaño también envejecía. Y, aunque aún mantenía su semblante dormido, algo en su apariencia de las imágenes que había visto, me resultaba muy amenazadora.

Utilizando las características de las ubicaciones que leí en internet, logré encontrar una no muy lejos del balneario La Toma. Pude verla desde un punto de ventaja al trepar por un árbol, no estaba muy lejos de donde me encontraba, en un terreno dedicado al cultivo de caña. Con una aplicación para estimar distancias, medí el punto y la dirección en donde se encontraba la cabeza y la registré en maps. Llegar hasta ella me tomó un poco de trabajo por lo traicioneros que pueden ser los cañales, las hojas fácilmente pueden lacerar la piel desprotegida y su altura dificulta la visibilidad entorpeciendo la exploración. Debo de admitir que el intoxicante olor dulzón hacía el esfuerzo un poco más llevadero, ya que me recordaba tiempos de antaño en los que frecuentaba esos terrenos cuando los días de clases acababan al final del año escolar. Era un deber no escrito entre mis compañeros visitar el balneario como ritual de iniciación a las tan esperadas vacaciones.

Pensé que todo lo que había leído en internet sobre los hechos insólitos asociados a las Cabezas me prepararía para un encuentro de primera mano, pero estaba equivocado. Al llegar al perímetro de influencia de la Cabeza, me di cuenta que la parcela había sido afectada con una extrema sequía. En un radio de aproximadamente veinticinco metros a la redonda no había ni una caña en pie, lo que me hizo recordar a los círculos de las plantaciones de maíz en Estados Unidos, tan atribuidos a extraterrestres. Experimentar de primera mano ese paisaje de pesadilla fue algo verdaderamente insólito. Ver tanta muerte rodeada de tanta vida, y al centro de esa muerte una escultura de cabeza humanoide cercenada, mientras yo jadeaba una combinación de tierra, azúcar y sudor, me provocó un intenso escalofrío que me paralizó por un instante que me pareció eterno. Por un momento olvidé en dónde me encontraba, qué es lo que estaba haciendo y porqué había viajado a ese lugar. Olvidé parpadear, oír y hablar. Pero por encima de todo, olvidé cómo moverme.

Cuando por fin logré recobrar mis funciones motoras, aún estaba parado en la frontera entre la vegetación viva y la que yacía muerta. Decidí ir en contra del instinto que me gritaba, casi implorando, que utilizara mi recobrada movilidad para huir del lugar, regresar donde mis abuelos y pasar la tarde escuchando sus interminables historias acompañadas por una taza de café con pan dulce. Rompí con mi parálisis y avancé con paso timorato al principio, quizá porque mi cerebro recién había recordado cómo caminar, pero mientras me acercaba a la Cabeza mi marcha se iba normalizando. Por estar tan cerca súbitamente me di cuenta por qué estas cosas me resultaban tan amenazadoras: era porque cada vez que crecían se iban sustituyendo sus facciones rocosas por unas más tersas y paulatinamente se iban asemejando más y más a las de una persona. Estaban “evolucionando” hasta llegar a ser un busto tan real que parecía haber sido tallado por el más talentoso de los escultores.

Aún con lo extraño que resultaba todo, tomé fuerzas e inicié la tarea de corroborar lo leído en internet, pudiendo comprobar la mayoría de estas. Las Cabezas perjudicaban levemente el campo magnético de su zona de influencia. Había llevado una pequeña brújula y pude constatar dicha alteración tal y como lo explicaban en los posts. También se decía que ejercían cierta atracción antinatural hacia la vegetación que le rodeaba. Esto era casi imperceptible y tuve que debatir mucho personalmente si no estaba imaginando tal efecto, pero si observaba bien podía ver una leve inclinación de la fila de cañas que estaban más próximas. Las hojas de estas se veían más afectadas por este fenómeno y era tal que aún con viento en contra eran jaladas en dirección a la Cabeza, haciéndolas parecer como si todas estuvieran señalando tímidamente hacia el centro del círculo. Los animales también compartían un efecto antinatural, parecían evitar a toda costa pisar el terreno muerto. El recorrido errático de una fila de hormigas se uniformizaba al llegar al perímetro del círculo para que unos metros más adelante seguir con su ruta errática en busca de alimento. Un sapo croó como para llamar mi atención, paró en seco justo antes de la frontera y luego se alejó saltando sin entrar a la zona muerta. Misma en la que noté una ausencia anormal de los bichos voladores que me habían torturado durante todo mi camino hacia el busto pétreo. Decían que todas las caras “miraban” a algún lugar del océano Pacífico y por lo que escuché ya habían programadas expediciones a ese punto de convergencia por parte de varios gobiernos y otras financiadas por millonarios con mucho tiempo libre. Tuve que hacer una línea en el suelo con un palo desde el punto en que estaba dirigida la cabeza hasta afuera del círculo para corroborar que esta también estaba contemplando hacia las coordenadas del océano Pacífico. Pero había un fenómeno del que estaba más ansioso de corroborar, algo de lo que casi no había escuchado o leído. Al parecer, dentro del área de influencia de las Cabezas, el viento transcurría más lento que fuera de ella. Tomé un puñado de hojas y fui hasta el borde del área para dejarlas caer. Mi sorpresa fue grande cuando las hojas ralentizaron su desplazamiento al ingresar a la zona muerta, al aire le costaba entrar. En mi vida había visto un fenómeno así. Las ráfagas de viento que movían la cosecha circundante eran prácticamente inexistente dentro de la zona muerta, como si se tratase de un campo de fuerza invisible de esos que únicamente se pueden encontrar en narraciones fantásticas. Una enorme excitación combinada con temor crecía en mi interior. Mi corazón cada vez latía más aprisa y no dejaba de sudar, mi respiración aumentó frecuencia en frecuencia y fue precisamente en ese punto que mi sentido común (que hasta ese momento había sido secuestrado y amordazado) resolvió que ya habían sido suficientes imprudencias por un día. Debía emprender la retirada hacía donde mis abuelos, cambiar un escenario tan imposible que retaba la razón por uno normal. Jamás pensé que iba a desear tan desesperadamente volver a la cotidianidad de la vida normal, pero muy adentro de mí sabía que jamás íbamos a volver a experimentar lo “normal” de la vida.

Al llegar a la casa de mis abuelos, pedí prestada la ducha. Jamás me había sentido tan asqueroso y urgido de limpieza. Mientras me duchaba y peleaba con la extraña sensación de toxicidad en mi cuerpo, me percaté de algo altamente inusual. Cuando estaba dentro de la zona muerta no capté olor alguno, estuve en un área ajena al olor. En mi cabeza resonaba la explicación que podía ser un efecto de la falta de viento, el vedo a todo animal, la vegetación muerta o la combinación de todos esos factores, pero hasta la vegetación muerta tiene un olor característico. En el fondo tenía la certeza de que estaba equivocado, no importaba cuántas explicaciones intentase dar, la falta de olor era otra característica anómala. Por segunda vez en el día tuve un ataque paralizante de escalofríos.

***

No pasaron muchos días desde que la natural paranoia colectiva se rebalsara entre la sociedad. Las grandes potencias mundiales se habían cansado de esperar una respuesta científica y estaban dispuestas a obtenerla por la fuerza: la fuerza militar. Múltiples países desplegaron todo su armamento disponible y se prepararon para realizar una ofensiva masiva en contra de las Cabezas. En ese momento uno no podía pasar por los canales nacionales y evitar encontrarse con noticias de la invasión a la que estábamos sometidos. Al principio todo el escenario me pareció caricaturesco. Ver gente adulta amedrentar con armas de fuego de alto calibre contra unas piedras, rayaba en lo ridículo. Pero ahora creo que lo que les estaba moviendo era el instinto. Un instinto primigenio que se activa ante una amenaza inminente y desconocida, que en este caso provenía de cabezas humanas gigantes talladas en la roca con una precisión anatómica irreal. A este punto las Cabezas habían crecido hasta tener el tamaño de una casa de dos niveles. Cuando llegaron los Heraldos del Apocalipsis, estas naciones fueron las únicas que opusieron cierta resistencia.

Del océano emergieron terroríficas figuras humanoides con metal blanquecino en lugar de piel, imposiblemente delgados, sin un ápice de pelo en su cuerpo, con rostros angulosos a los que le faltaban ojos y con una cantidad obscena de dedos en cada una de sus manos. Se movían individualmente, atraídos por las Cabezas, a un lento pero constante paso casi como si fueran reptando. Las noticias confirmaban que la cantidad de avistamientos de estos seres era considerablemente en menor escala a comparación del número de Cabezas. No todos los países costeros habían sufrido una visita de esta versión de “Slenderman”, los países Centroamericanos entre ellos. Por eso, en algunos lugares estos seres pudieron llegar hasta las Cabezas que estaban más próximas a las costas y menos protegidas. Las criaturas eran inmunes a la mayoría de armas de alto calibre con las que eran atacadas. Aquellas que parecían tener efecto lo único que lograban era detenerlo momentáneamente.

Un video transmitido en directo en un canal de Twitch mostró el horror de lo que pasaba cuando el Heraldo se acercaba a una Cabeza. Cuando este ingresó al círculo de muerte, se detuvo y por un instante pareció que no iba a pasar nada, lo que me hizo recordar mi experiencia de hace no más de unos cuantos días atrás. Muchos curiosos incautos lo habían seguido hasta el punto de que al llegar al lugar había una pequeña multitud expectante de lo que podía suceder. La criatura, consciente o no, había elegido una ubicación que no estaba resguardada por militares en las costas de San Francisco. Para cuando las autoridades se dieron cuenta del terrible error, fue demasiado tarde. Empezó por mover sus horribles manos dirigiéndolas hacia su delgado pecho y de ahí extrajo algo parecido a una flauta alargada de color amarillo metálico, que fue acercando hacia su boca. El instrumento casaba perfectamente entre sus múltiples dedos. Yo estaba pegado a la pantalla de mi computadora, hipnotizado por los movimientos de la criatura, que parecían meticulosamente calculados y con una elegancia que no le correspondía. Ese ser empezó a tocar la flauta y esta produjo una avalancha de tonadas ofensivas al oído. Era una combinación de sonidos estridentes y chirriantes parecidos a graznidos de bandadas de cuervos. La reacción de todos los espectadores fue unánime al protegerse los oídos. Por mi parte no tuve más remedio que quítame los audífonos por el dolor que provocaba la macabra tonada. La cámara que emitía el concierto infernal se mantuvo firme filmando la transmisión, lo más probable gracias a la utilización de un trípode. Gracias a eso pude ver horrorizado lo que estaba pasando mientras las personas seguían sufriendo en primera fila los estragos de la maldita “canción” incesante. La Cabeza había comenzado a abrir la boca y sus ojos, adoptando una expresión de espantosa sorpresa, me daba la impresión que compartía el mismo sufrimiento que todos nosotros e intentaba taparse sus “oídos” infructuosamente con unas manos inexistentes. Pude notar que algunos asistentes también comenzaban a percatarse de esto, pues la estaban señalando a pesar del dolor que de seguro estaban experimentando por la ensordecedora tonada del flautista. Cuando los ojos y la boca alcanzaron una proporción anatómicamente imposible, pude escuchar desde mis audífonos tirados en el escritorio, que la flauta cambió la tonada a una más grave, imposible de lograr con un instrumento de viento metal de ese tamaño, más parecido al que producen esos enormes órganos con altas columnas de tubos metálicos, dispuestos en iglesias sumamente antiguas. Este cambio de tonada fue precursora para que de la boca de la Cabeza saliera un enjambre de insectos hechos del mismo metal blancuzco que el Heraldo y sin dilación empezaron a masacrar a la pequeña multitud que estaba en el lugar. Las pocas personas que habían llegado armadas intentaron inútilmente protegerse disparándoles a esos insectos parecidos a escarabajos del tamaño de caballos. Algunas lograron vaciar toda la munición sin que hubiera un efecto visible en los insectos antes de ser horriblemente mutilados.

La desagradable escena se prolongó por lo menos cinco minutos, debido a que en un momento (no puedo o no quiero recordar en qué momento exactamente) la cámara fue tumbada por un aterrado asistente tratando de huir del espantoso concierto. No pude ver todo el desagradable espectáculo y me limité a escuchar impotente y en shockcómo se desarrollaban los eventos. No recuerdo en qué momento comencé a llorar ni cuándo me llevé ambas manos a la boca como para ahogar un intento de grito. Tampoco cuánto tiempo me estuve mordiendo el labio inferior y peor aún, la última vez que parpadeé y lubriqué mis ojos. Todo parecía una pesadilla hecha realidad. Al final, lo último que pudo captar el micrófono de la cámara fue otro cambio en la tonada del Heraldo que denotaba la retirada de los insectos, sé esto pues vi por el monitor pasar una estampida de estos en dirección donde calculaba estaba la Cabeza.

La noticia del ataque fue reproducida alrededor del mundo como un virus y tuvo la repercusión esperada. Más ataques se reportaban en diversas partes del mundo. La humanidad estaba siendo mermada. Una lucha infructuosa a la vez y en paralelo la desesperación colectiva hizo destrozos entre la sociedad y esta se fue desmoronando poco a poco. Hubo una efímera victoria cuando el ejército chino logró derribar a un Heraldo gracias al empleo de un armamento experimental, pero la alegría rápidamente fue sustituida por desesperanza cuando del punto donde había salido el Heraldo caído había emergido un reemplazo idéntico a los pocos minutos. A la fecha, muchas naciones han sido desbastadas y las que no, nos ha tocado algo infinitamente peor: esperar a que, cuando la muerte llegue con ese desesperante paso cansino, realice su desagradable ritual y de por iniciada la purga.

*Sartovatal: nacido en Oriente. Lleva tres décadas siendo nómada. Ingeniero de profesión y colector de pasatiempos. Esencialmente esla sumatoria de un número indefinido de excentricidades.

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