Carlos González Portillo (San Salvador, 1996), autor del libro de cuentos Contra el pacífico (2019), nos platica de una de las últimas publicaciones de la Editorial Los Sin Pisto: El trabajo infinito (2020) de Salvador Canjura. Los invitamos a leer esta reseña sobre uno de los títulos que no podrán pasar por alto este 2021.
Maridaje recomendado: Jugo sintético de Aloe Vera
Por: Carlos González Portillo*
Imagen de portada: «Iluminando la noche»; Augusto Crespín
Por ahí me encontré un tuit de Luciano Lamberti que dice: “vivir, vive cualquiera, escribir es más difícil”. Y concuerdo con él. Ya sea que el cuento se produzca gracias a la mera fuerza creativa o a escuchar el entorno, su proceso de escritura siempre compromete la integridad del autor. En palabras coloquiales, al momento de escribir siempre existe el riesgo de salir con un par de vergazos en la cara y con los dientes en la mano. Se intuye que Salvador Canjura pasó en carne viva tales padecimientos, pues es lógico que tuvo que trabajar ciertas lecturas y poner en orden una serie de imágenes y memorias para darle vida a El trabajo infinito (Editorial Los Sin Pisto, 2020), que sin duda alguna es el testimonio de personajes que habitan el infierno cotidiano. Dicho lo anterior, entendemos que para conseguir estas narraciones al autor no solo le bastó la experiencia de vivir, sino que hubo un proceso sádico de confrontación con lo visto, oído y leído.
El trabajo infinito contiene cuentos de dos libros de Salvador Canjura: Prohibido vivir (Istmo Editores, 2000) y Vuelo 7096 (DPI, 2012). Además reúne piezas de una colección inédita llamada Zama. Mauricio Orellana Suárez trabajó de la mano con el autor en esta singular muestra de narrativa salvadoreña. Como lo advierten en la contraportada, los textos no están dispuestos en orden cronológico sino más bien de manera dinámica. Considero esto un gesto hospitalario para con el lector ya que, en efecto, el primer cuento realmente es un enganche para continuar transitando ávidamente las páginas.
Algunas de estas historias resultan impensables afuera de Latinoamérica, tal es el caso de ¡Los muertos a otro lado!, un cuento irónico y triste a partes iguales, que trata de un paciente psiquiátrico enfadado con la ciudad porque ciertos sicarios transforman su patio en un cementerio clandestino, con el agravante de que su hermano (y cuidador) descree en sus constantes denuncias puesto que da por sentado que son otras de sus alucinaciones. También llama vivamente mi atención el drama familiar en Prohibido vivir. Es un cuento muy bien logrado. De cierta forma hay algo de terror en él, hay algo de costumbrismo urbano encarnado en el aparecimiento de Juanita, una mujercita lastimera, postrada en una cama, conectada a un respirador artificial y condenada a un coma perpetuo. Entre otras cosas, los feligreses del barrio comercializan su rostro en unas estampitas ya que se corre la voz de que ella es una virgen hacedora de milagros. Me tomé la libertad quizá sea el cuento más divertido del libro. Parece ser una ingeniosa fábula sobre la vida adulta. Mosquitos y Pastel de navidad poseen un tono cándido al inicio pero sus finales son bastante siniestros. Otro factor en común de estos dos cuentos es evocar momentos decisivos en la vida de los militantes de izquierda durante el conflicto armado. Luego tenemos Al subinspector Méndez le gusta el drama donde un sabueso policial descubre poco a poco las perturbadoras malas costumbres de otro ciudadano que pasa desapercibido por el colectivo.
Personalmente leí los cuentos en orden y sentí que luego de Pastel de navidad el libro fue perdiendo gradualmente su fuerza. Creo que algunos de estos últimos textos (Voyeur, Winston y James, El silabario) son en realidad ejercicios literarios de Canjura, esfuerzos por incursionar en nuevos ámbitos, voces y circunstancias; vaya, diversificar sus ficciones. A estas alturas no sé si ha logrado conciliar esa lucha, pero yo definitivamente me quedo con aquellos donde mediante el uso de una prosa ágil es capaz de profundizar en dramas y conflictos complejos, sin dejar de lado el humor que aparece de vez en cuando.
En la literatura hay ciertos textos que se deterioran con más facilidad que otros debido al manejo del lenguaje, el tema que abordan, la estructuras utilizadas o, ya de plano, por su intrascendencia. Estos cuentos, sin embargo, no son artefactos perecederos. Han pasado ya veintiún años y, por ejemplo, los relatos de Prohibido vivir (Istmo, 2000), incluidos en esta colección, han conservado esa manera ingeniosa de hablarnos de todo aquello que se constituye hostil en nuestro paisaje urbano, lo cual parece apuntar que se trata de una lectura que plantea la posibilidad de establecer un diálogo entre el pasado y el presente. Puede que se deba a factores extra literarios tales como continuidades sociales, políticas y culturales. Horacio Castellanos Moya decía en una entrevista que al abrir un periódico nacional, uno puede notar que hoy en día los mismos crímenes e infamias de finales de siglo pasado siguen gestándose en el seno de nuestra sociedad. Lo anterior no quita el mérito al autor de haber escrito textos que se mantienen frescos con el paso de los años.
El trabajo infinito es un libro que no deberíamos pasar por alto. Como es común en El Salvador, algunos de los cuentos de Salvador Canjura tuvieron la mala suerte de permanecer enjaulados en primeras ediciones por mucho tiempo. Libros que hoy en día no tienen difusión por una serie de factores ajenos a la literatura. Aquí surge el eterno debate del pobre mercado editorial salvadoreño. Uno en el que, en el mejor de los casos, se publican libros que nunca más serán reeditados, o que media vez se acaba el primer tiraje, jamás vuelven a llegar a las librerías. Sin embargo, los textos de El trabajo infinito se mantuvieron con la ansiedad de un buen american pitbull terrier, esperando que se abriera la puerta para salir en papel nuevamente. Este 2021 por fin lograron el objetivo: la reedición y publicación. Forman parte de la nueva versión que traen Los Sin Pisto, libros de una estética más cálida y más profesional. Celebro este logro, y de paso animo a Los Sin Pisto a continuar su trabajo.
*Carlos González Portillo (San Salvador, 1996): Ha estudiado Antropología Social y Cultural. Ha perdido certámenes literarios chafas y vergones. Actualmente trabaja brindando soporte técnico a ancianos que todavía usan Windows 98 y a otros que dicen preferir el Windows 11 en lugar del Windows 10.