A principios de marzo, Revista Café irlandés tuvo la oportunidad de platicar con el escritor salvadoreño Salvador Canjura sobre su libro “Vuelo 7096”, así como su experiencia en el género del cuento y futuros proyectos literarios.
Maridaje recomendado: Café
Por: Felipe A. García*
Usted es un autor que se dio a conocer por sus libros de cuentos. Se ha especializado en este género. ¿Cuál es su definición personal de cuento y cómo llegó a este género?
Esa es una pregunta que a mí me resulta muy difícil. Siento que no hay una definición corta. Dependiendo del país donde uno se encuentre, la definición de cuento varía. Te voy a dar la definición de lo que para mí es un cuento latinoamericano. Se trata de una narración corta que tiene unas características muy específicas: tiene un inicio que debe ser muy atractivo, una tensión y un final atractivo. Un final tal vez no sorprendente, pero un final que deje al lector satisfecho. Y sobre cómo llegué al cuento, creo que fue cuando estaba en el colegio. Recuerdo que leí algunos cuentos en los libros de bachillerato de Luis Melgar Briezuela. Y algunos de ellos me parecieron geniales. Uno de ellos, que sigue siendo de mis cuentos favoritos, es “Las ruinas circulares” de Borges. Es una historia que me dejó impactado. Luego llegué a la universidad y tuve contacto con otros libros como “Todos los cuentos” de Gabriel García Márquez, que me marcó profundamente a la entrada de mi vida adulta. Otro libro que me gustó mucho fue una antología de cuento salvadoreño que se llama “Antología de 3 x 15 mundos”. Ese libro me dio a conocer un panorama de la cuentística salvadoreña hasta ese momento, finales de los 80 y principios de los 90. Y pude entrar en contacto con varios de los maestros del cuento en El Salvador. Ya después tuve contacto con otro cuentista que a mí me encantó desde el primer libro que leí, que fue Melitón Barba. Recuerdo haber leído su libro “Olor a muerto” que salió en UCA Editores. Esos libros fueron los que más me llamaron la atención y me hicieron decidir que si alguna vez iba a escribir, ese era el género que debía trabajar.
¿No descarta escribir novela?
No está descartada. He hecho algunos intentos, pero no he tenido la disciplina para terminar un proyecto. La novela es un género literario que requiere una gran disciplina. Eso me recuerda, regresando al cuento, que cuando estaba en la universidad intenté hacer poesía. Tenía unos cuantos ejemplares de poesía que hice en la universidad. Totalmente horrorosos. Recuerdo que una vez, en una hoja de papel, empecé un texto que se llamaba “Autobiografía”. Se suponía que iba a ser un texto sobre mí donde iba a hablar solo aspectos verídicos, pero como a las dos páginas me dio miedo de que alguien de mi familia lo leyera y me reclamara. A las dos páginas comencé a mentir; mejor dicho: a hacer ficción. Terminó siendo un texto inspirado en mí pero que poco a poco se fue por otro causer. Luego terminé la universidad y empecé a trabajar. Algunos años después encontré todos esos papeles que había escrito y, como te digo, la poesía que había escrito me pareció espantosa, nada rescatable. El único texto al que yo le encontré algo de valor fue a esa pequeña historia que se llamaba “Autobiografía”.
Entre la publicación de “Prohibido vivir” y “Vuelo 7096” hay doce años de por medio. ¿Fueron esos doce años los que usted necesitaba para que los cuentos de “Vuelo 7096” maduraran o incidió la situación editorial que sabemos existe en el país?
Fue lo segundo, aunque también hubo otros factores. Yo siempre he sido un autor indisciplinado y siempre soy el primero en admitirlo. Soy bastante lento a la hora de terminar los textos. No le dedico todo el tiempo que debería. Después, recuerdo cuando se publicó el primer libro (Prohibido vivir) quedé muy decepcionado por la situación editorial en el país, la falta de oportunidades para seguir publicando, etc. Entonces sentí que no valía la pena esforzarse tanto para estar publicando libros. Así que me di bastante relax. Luego uno va madurando y se da cuenta que por más que uno patalee, esa situación no va a cambiar. Y si a uno en verdad le gusta la literatura, escribe sin importar lo que suceda. Recuerdo que Rafael Menjívar Ochoa alguna vez me dijo que la publicación no es una actividad relacionada con la escritura. El trabajo del escritor es escribir. Si ocurre que se le publique el libro, qué bueno. Pero eso no debería ser parte del proceso de escritura. Luego yo tenía esos cuentos (Vuelo 7096) por ahí desperdigados y empecé a trabajar más seriamente en ellos. Completé algunas historias que luego fueron saliendo, hasta que salió este libro.
Dentro del libro hay un cuento titulado “La mejor novela del mundo”, que hasta cierto punto me recuerda la situación literaria / editorial del país. ¿Esa era la intención del cuento?
No. Es muy curioso que lo mencionés porque no fue esa la intención, al menos no conscientemente. La historia de ese cuento es que yo lo llevé dentro de mí por mucho tiempo. Pasaron varios meses en los que lo llevé en la cabeza pero no lo escribía. La idea principal provino por dos detalles. El primero es que hay mucha gente que te dice que tenés que leer tal libro porque es el mejor que se ha escrito en el mundo y te va a cambiar por completo. Te lo dicen de buena fe, obviamente porque han sido experiencias positivas para esos lectores, pero cuando hacés la lectura te das una decepción. Ese fue el primer caso. La segunda idea relacionada con ese cuento era que uno se platea si el mejor libro que se ha escrito es de alguien desconocido, una persona con una vida oscura que a lo mejor publicó con mucho esfuerzo unos cuantos ejemplares y ya. ¿Quién va a saber cuál es el mejor libro que se ha escrito? Esa tendencia que todos tenemos de hablar en absolutos, como decir que este es el mejor jugador de fútbol o aquella es la mejor actriz, etc. Esas fueron las ideas en las que estaba basado ese cuento.
Según la contraportada del libro, se dice que “Vuelo 7096” lo comenzó a armar cuando ya tenía los suficientes cuentos para hacerlo después de publicar “Prohibido vivir”. ¿Cuál fue el criterio de selección que aplicó a los cuentos que conforman esta colección?
Yo admiro a los escritores que tienen un hilo conductor para sus libros de cuentos. Yo no soy así. Como bien lo dice la contraportada, cuando ya tengo los suficientes cuentos y ya los puedo ordenar en una colección, lo hago. No es que yo me siente y diga que este es el hilo conductor o la idea central que llevará el libro. Ese no soy yo.
Algunas notas de prensa dicen que los cuentos de “Vuelo 7096” son historias cargadas de ironía. ¿Está de acuerdo con eso? ¿Cómo definiría el estilo del libro?
No creo que sea la ironía lo que rija a los cuentos. Yo no busco, al menos de manera consciente, una idea central que domine los textos. Yo creo que la principal idea que me guía es que son textos que me gustan. Así como a uno le recomiendan que lea principalmente por placer, el escritor también debe escribir por placer. En ese aspecto, los cuentos que están en el libro, son historias que me atraen, tienen algo que me conecta con el pensamiento.
Dentro del libro podemos encontrar historias como “Un niño muy latoso con sesos de tomate” o “¡Los muertos al otro lado!” que hasta cierto punto parecen un guiño a El Salvador. ¿Qué tan presente está El Salvador en los cuentos?
Definitivamente la violencia en El Salvador está presente en esos textos. Yo no trato de ser un escritor muy crudo ni directo. Prefiero utilizar la sutileza. En esas dos historias, específicamente, he buscado la sutileza para reflejar la situación violenta del país. Alguna vez me preguntaron sobre “¡Los muertos al otro lado!” y yo le respondí a Héctor Sermeño que cuando escribí ese cuento, por alguna razón yo ubicaba el terreno donde el protagonista vivía, en una zona de Guatemala. Yo sé que la temática no está relacionada con la violencia en Guatemala; sino es más bien la violencia en general. Pero mientras escribía el cuento, por alguna razón, para mí el protagonista vivía en Guatemala por el hecho de ser un país más grande que el nuestro y hay mayor facilidad de que haya zonas tan aisladas.
El título del libro (“Vuelo 7096”) proviene de un cuento específico de la colección. ¿Qué representa ese cuento para usted?
Ese cuento tiene una historia muy bonita. Yo había viajado a Buenos Aires y al regreso, creo que fue en Los Tacos de Paco, estaba con Claudia Hernández. Le estaba enseñando las fotografías del viaje y algunos recuerdos que había traído. Entonces Claudia, de manera muy natural, me dijo “¡Qué chévere que hiciste ese viaje! ¡Algún día hagamos uno! No importa si tu te vas en un asiento del avión y yo en otro”. Yo me quedé sorprendido cuando escuché eso. Le dije: “Claudia, no sabés lo que acabás de hacer. Me acabás de dar la idea para escribir un cuento”. Fue una imagen tan poderosa eso que me dijo. Y yo creo que nunca se lo comenté a ella, pero sí fue tan importante para mí escuchar eso que se instaló el germen de esa historia en mí y pasé pensando qué más contar a partir de esa frase. Igual me pasó que llevé esa idea en la cabeza por mucho tiempo hasta que logré visualizarla y pude sentarme a escribirla.
A nivel personal o profesional, ¿Qué representa el libro de “Vuelo 7096” a comparación de “Prohibido vivir”?
Cuando yo escribí “Prohibido vivir” creía que todos los cuentos debían llevar un mensaje oculto, algo así como las fábulas. Pensaba que ese era el ingrediente que le faltaba al cuento para que viera la luz. Pero cuando escribí “Vuelo 7096”, me di cuenta que ese mensaje oculto puede llegar a crear una historia moralista y esa no era mi intención. Cuando trabajé los cuentos de este libro me propuse escribir historias sin ese mensaje oculto. Esa es la diferencia entre ambos libros. Con “Vuelo 7096” comparto historias que me gustan por el hecho de que existen y no por el hecho de querer transmitir un mensaje.
Recientemente tuvimos la oportunidad de leer en Revista Café irlandés un cuento inédito suyo titulado “El silabario”. ¿Tiene proyectos para un nuevo libro de cuentos?
Sí. Ya está terminado el libro y ya lo di a leer a un par de amigos para ver qué les parece. A ver si se puede publicar así como está o si me sugieren algunas mejoras. Ese cuento de “El silabario” tiene una historia que quiero compartir. Resulta que uno de los cuentos del libro, si sale a la luz les contaré cuál es, requería que yo le pidiera a un amigo, al antropólogo Jorge Colorado, que me ayudara con ciertos detalles sobre alfabetos de escrituras antiguas. Entonces Jorge Colorado me hizo ver dónde me había equivocado y me recomendó leer la historia del hombre que se encargó de descifrar la escritura maya. Fui a leerla y me pareció fascinante. No sé si alguien ya habrá hecho una película o libro sobre este personaje, no tengo idea. Pero a mí me pareció de tanto potencial literario que entró en mi cabeza y la fui trabajando con otras ideas hasta que salió ese cuento. De hecho ese cuento salió casi de un tirón. Era muy poderoso. Regresamos a eso de que las ideas se instalan en la mente y resultan tan atractivas que uno se siente impulsado a escribir sobre ellas.
¿Cuánto tiempo le llevó escribir ese libro?
Como te dije antes, yo no soy un escritor disciplinado. Pueden pasar períodos en los que deje de escribir por mucho tiempo. Lo que te puedo decir es que terminar de pulir ese libro me llevó aproximadamente ocho meses. El año pasado logré terminar de escribir los últimos cuentos del libro y, ya al tenerlos, comencé ese proceso de revisión. Seguramente que la versión que le he pasado a mis amigos no será la última. De hecho, después de releer “El silabario” en Revista Café irlandés, vi que había cosas que debía cambiar. Estoy seguro que al menos en el caso de ese cuento, esa no será la última versión.
En estos casi ocho años desde la publicación de “Vuelo 7096”, ¿cómo ve la situación literaria y editorial del país? ¿Ha cambiado algo desde entonces?
En cuanto a la situación editorial, yo la veo, tal vez no peor, pero sí igual. Pero ya no me obsesiona esa idea de que si se va a publicar mi libro o no. Sí fue, en el pasado, algo que me llegó a afectar después de la publicación de mi primer libro. Pero uno, a la medida de que va madurando, se da cuenta que la publicación tiene un porcentaje de vanidad. Luego uno comprende que si se publica o no un libro en El Salvador, el mundo no cambia. Si uno quiere escribir en El Salvador debe hacerlo porque le gusta, no porque crea que va a significar un cambio para nuestro país. Volviendo al caso de la publicación, me gusta mucho ese proyecto de Mauricio Orellana Suárez con la Editorial de Los sin pisto. Me parece una idea fantástica, además de que él le está dando oportunidad a muchos escritores jóvenes. Cuando fui a la presentación del libro “Lados B” me pareció una gran noticia ver que hay una gran cantidad de escritores que quieren dedicarse a la narrativa. Más que la publicación, el hecho de ver tantos escritores querer dedicarse a la narrativa es la mejor noticia que puede tener El Salvador. Eso por encima de la publicación. La publicación es secundaria.
* FELIPE A. GARCÍA (SAN SALVADOR, 1991) AUTOR DE LAS NOVELAS “HARD ROCK” Y “DIARIO MORTUORIO” PUBLICADAS POR LA EDITORIAL LOS SIN PISTO. “GRAN MAESTRE” EN PERDER LOS JUEGOS FLORALES DE EL SALVADOR.