A finales de septiembre, Revista Café irlandés tuvo la oportunidad de entrevistar a Luis Méndez Salinas y Carmen Lucía Alvarado, editores en el proyecto Catafixia Editorial en Guatemala, el cual cumplió 10 años este 2019.
Maridaje recomendado: Café
Por: Felipe A. García*
En El Salvador la situación editorial es muy complicada. Tenemos una editorial del estado que en los últimos años ha tenido un trabajo deficiente, así como muy pocas editoriales independientes que dejan de funcionar por lo difícil que es distribuir las obras y lo poco rentable que resulta ser el negocio. Para ponernos en contexto, ¿cómo es la situación editorial en Guatemala? ¿Es parecida a la nuestra?
Luis Méndez (L): Yo creo que el panorama, en grandes rasgos, empalma muy bien con la descripción que puedes hacer del ámbito editorial guatemalteco. Sin embargo, creo que en este momento hay activos importantes referentes que empezaron a cambiar muchísimo el panorama desde mediados de los años 90. La firma de la paz, indudablemente fue un hito muy importante en el sentido de abrir posibilidades para que la gente hiciera cosas. En esos momentos, por ejemplo, se fundan editoriales que al día de hoy son referentes fundamentales (F&G, Magna Terra, Del Pensativo) que siguen publicando cosas. También espacios como Sophos que es una librería de gran nivel en la que puedes encontrar prácticamente todo. Está muy conectada con el extranjero y es una gran plataforma para proyectos locales. En términos de nuestro ámbito más cercano, que es el de los escritores, que en algún momento se vieron inclinados a generar proyectos editoriales, también hay una extensa tradición. Una tradición muy larga de trabajo independiente en el más pleno sentido de la palabra. Y es porque no hay apoyos económicos, ni estatales ni privados, para la gestión editorial. Sin embargo, siempre, a lo largo de la historia han existido referentes importantísimos. En este momento uno de los más cercanos es (Simón) Pedrosa, quien desde el 94 o 95 comienza a publicar en un espacio que se llama Ediciones del mundo Bizarro. Al día de hoy sigue siendo un referente fundamental. Se diferencia de los primeros proyectos que mencioné en un sentido más estético. Es una editorial de dimensiones modestas, pero con una propuesta estética, conceptual y visual totalmente diferente. Muy rara. En esa ala comenzamos nosotros hace diez años. Trabajamos únicamente con poesía hasta que progresivamente se fue ampliando los horizontes. En este momento, como la situación del medio editorial de Guatemala, pese a todas las carencias institucionales y de recursos, es bastante saludable. Hay una gran diversidad que es muy estimulante en el país. Creo que los espacios y los proyectos que se han empezado a gestar en los últimos años enriquecen mucho eso. Hay una editorial del estado que básicamente funciona como una editorial independiente. Está dirigida por un poeta mayúsculo, que es Morales Santos, quien es editor desde los años 60 de proyectos importantes. Esa editorial funciona casi de manera independiente porque el estado solo les da un lugar, una oficina y el dinero para pagar sueldos. Pero en términos de criterio editorial y demás, funciona por él.
Carmen Lucía (CL): Y la cosa también con el medio editorial en Guatemala es que de alguna forma hemos asumido nosotros, y todos los que estaban antes de nosotros, la edición como una especie de resistencia. Estamos en el entendido de que no hay una carpa estatal que nos cubre. Como decía Luis, más bien compartimos esa necesidad con la editorial estatal. La resistencia es muy clara. Hemos asumido eso. Nosotros hemos pensado en eso, estos diez años para atrás, porque uno tiende a pensar que es el primero que está haciendo algo. Ha sido muy enriquecedor a lo largo de estos años ir conociendo más el pasado editorial de Guatemala y darse cuenta que esa naturaleza de la edición independiente es la principal forma de hacer libros en Guatemala. Hay proyectos importantes dirigidos por escritores que ven la necesidad de traer libros al mundo. Es casi una fórmula: escritores, editores independientes. Entonces el origen de todo eso, hacia el siglo XIX, donde habían proyectos dirigidos por poetas que tenían que ver con la palabra impresa. Con el tiempo hemos ido comprendiendo que solo estamos completando un perfil o siendo parte de esa larga línea que no tengo duda seguirá siendo así. El punto importante es asumirlo. Desde nuestro presente, nosotros y nuestros compañeros editores de otros proyectos, estamos asumiendo colectivamente que la edición es una resistencia, que la venta de libros es una resistencia, que los espacios donde se reúne la gente con los libreros, editores y escritores son espacios de resistencia. Asumir todo eso nos da una identidad. Y esa identidad, lejos de ser precaria o pequeña, te ayuda para asumirte como lo grande que puede ser eso. El mundo editorial de Guatemala comparado con los grandes focos editoriales de Latinoamérica como México o Colombia, pues es chiquito. Pero hasta ahorita se está cubriendo bien y no solo a Guatemala. Porque pasa que proyectos como Catafixia siempre fueron pensados desde Guatemala pero no para Guatemala exclusivamente.
L: El otro componente importante del medio editorial es el editor. En todo este tiempo sí hemos visto un crecimiento muy grande de gente interesada en el segmento de libros que nosotros publicamos. Eso para nosotros es un medidor de que ese crecimiento se está dando también en otros espacios. Hay desde luego un país con una alta tasa de analfabetismo, lo cual siempre implica contradicciones. Pero también una gran cantidad de lectores que leen mucho y leen bien. Que tienen acceso a los libros. Lo que tenemos que ver es cómo ampliar ese acceso a los libros. Porque en estos últimos diez años es totalmente diferente el panorama de los lectores que encontramos que cuando comenzamos.
Me llama la atención que toque el tema de la tasa de analfabetismo en Guatemala. Aquí en El Salvador hay analfabetismo. Y mucha gente se pregunta para qué una editorial si la gente no puede, no le gusta o no le interesa leer. ¿No los desmotiva eso?
CL: No nos corresponde desmotivarnos por eso. El problema del analfabetismo o incluso de esa construcción tan utilizada del “hábito de la lectura” son problemas estructurales, históricos, profundos, de desigualdad, corrupción, abuso de poder, demasiados privilegios para pocos. Lo que nos ocurre ahí es que entendemos esa posición de resistencia de una forma más intensa. Nosotros, obviamente, no vamos a ir a alfabetizar. No nos corresponde. Ese no es el trabajo del editor ni del escritor. Yo creo que para países en esas condiciones, estos proyectos significan mucho más. Porque hablando desde la palabra impresa, pero también de todo tipo de arte o intelectualidad, pesan mucho más estos proyectos que en países que están muy bien. Porque es donde estamos guardando nuestra memoria, donde guardamos nuestras luchas. Y en la medida en que la gente tenga acceso, sepa escribir, se interese por la literatura, sea voraz con eso, ese es el punto crítico donde tenés que ofrecer. Mientras haya una editorial hay un lector. Mientras haya un lector hay una editorial. Esa es la combinación que hace que la cuestión crezca.
No hace mucho publicamos en la revista un artículo de Mauricio Orellana Suárez, narrador y editor de Los Sin Pisto, donde decía que en edición el criterio lo es todo. ¿Qué buscan ustedes en un libro? ¿Qué hace diferentes los libros de Catafixia Editorial con los de cualquier otra editorial?
L: Hemos tratado de mantener nuestra independencia a toda costa en el sentido de lo económico. Así mantener nuestras colecciones con absoluta libertad, con nuestros propios recursos, que son los que la editorial genera, justamente para proteger ese criterio. Que el criterio que nosotros dos ejercemos como motor de la editorial se mantenga libre de cualquier injerencia que tenga que ver con lo económico. ¿Qué buscamos? Libros que nos conmuevan, que nos ayuden a entender cosas, que nos ayuden a sentir y a pensar. Inicialmente el horizonte de la editorial era marcadamente generacional. Queríamos mapear nuestra generación tanto en Guatemala como afuera, a lo largo del continente. Pero luego se fue ampliando ese horizonte con la publicación de poetas más viejos, mayores. Y luego se va agregando la línea de memoria que para nosotros es fundamental. Entonces, de alguna forma la manera en que se han ido ampliando las colecciones tiene que ver con lo que leemos del medio, con lo que intuimos que puede funcionar. Hemos hecho lo posible por mantener esa intuición lo más intacta posible, para que nos permita funcionar con esa libertad.
CL: Es como que los libros de Catafixia tienen que ayudar a la construcción de un país simbólico. Nuestros libros deben nutrir a ese país, deben decir algo. Lo que dice Mauricio del criterio lo comparto. Sobre todo porque muchas veces se les da a las editoriales una onda como que deben ser muy democráticas y ser súper buena onda porque está este esfuerzo y están obligados a publicar a toda la gente que quiere publicar un libro. Y no es así. Uno tiene que ejercer su criterio y defenderlo. Siempre habrá gente que opine: “pero ese es tu gusto personal”, pues sí. También hemos aprendido ciertas lecciones de editoriales como La Bizarra de Simón Pedrosa o La X de Estuardo Prado, que son dos editoriales que fueron un bombazo en los 90. Y es el hacer de los libros un discurso más allá de la palabra. Que cuiden muchísimo la cuestión visual, que las portadas de los libros lleven una carga de creación, que se vea el ojo lector de quien diseñe las portadas. Para nosotros siempre fue muy importante desde el principio que nuestra portadas sean una especie de galería de arte visual de Guatemala. Las portadas son exclusivas de artistas guatemaltecos. Eso hace que el libro hable por todos lados, no solo por la palabra.
Hoy en día existe mucha competencia en el mercado editorial. Al menos aquí en El Salvador, los grandes sellos editoriales del extranjero tienen un monopolio sobre las librerías locales. Resulta más fácil encontrar libros de autores extranjeros que nacionales. ¿Siente Catafixia presión por competir de alguna forma contra estas grandes editoriales?
L: Fijate que no. En realidad algo que hemos tenido bien claro es la conciencia de nuestro tamaño, de las necesidades que queremos satisfacer tanto para el ámbito lector inmediato como a los distintos países a los que hemos mandado libros. A nosotros no nos interesa crecer o saturar ese mercado. No nos interesa quitarle lectores a Alfaguara, por dar un ejemplo. Ellos tendrán su público y autores. Nosotros también tenemos los nuestros. Además tenemos espacios como la librería Sophos donde se pueden encontrar libros de la editorial más chiquitita, hasta de grandes editoriales. Es un espacio donde probablemente llega Vargas Llosa a presentar sus libros, así también lo puede hacer cualquier autor nacional. Ese tipo de espacios nos ayudan a convivir de cierta manera, cada quien en su propio ámbito.
Cuando se lanza un libro, actualmente, hay toda una estrategia comercial para promocionarlo. Giras de medios, presentaciones de libro, eventos públicos con el autor. Eso sin contar con las estrategias digitales. Hay editoriales que aseguran que sólo así se puede vender un libro. ¿Están de acuerdo ustedes con eso?
L: No. Fijate que nosotros al principio, nuestra forma de publicar era rara. Acostumbramos a los lectores desde la primera presentación que tuvimos a que eran cuatro libros juntos, se vendían en paquete (no podías solo comprar uno y el otro no), eran muy baratos y eso nos permitió los primeros dos años a hacer eventos que no fueron una presentación convencional de libro. Y en los últimos años nos dimos cuenta que las presentaciones de libro, al menos en nuestro caso, no son ni siquiera necesarias para que la obra se mueva sola. Hemos identificado que nuestro centro de trabajo es la Feria Internacional de Libro (FILGUA) que se celebra en julio de cada año. Para ese momento es que nosotros sacamos la mayor cantidad posible de novedades. Es en ese momento que nos dan crédito y sabemos que con el movimiento de la feria logramos saldar la impresión de todo. En el marco de la feria nunca nos ha gustado presentar libros. Son espacios bastante incómodos, con horarios que a veces son poco accesibles. Por eso hemos prescindido un poco de las presentaciones. Lo jodido es que la dinámica comunitaria que se genera alrededor del libro se pierde. Pero, en términos de venta, esas actividades no significan mucho. Lo que sí es fundamental hoy en día son las redes sociales. Con ellas hemos encontrado un canal interesante e importante para acceder a otros lectores.
CL: Hacemos las cosas de la forma más personal posible. Nuestro manejo de redes es constante. Las respondemos personalmente nosotros dos. Atendemos a la gente y ellos nos reconocen. Todo es muy orgánico y eso le hace sentir a las personas que los libros están vivos, que son humanos. Para nosotros no es funcional eso de las presentaciones. Por eso es que buscamos otros espacios para llevar los libros. Afortunadamente el libro no necesita el reflector porque es un objeto muy íntimo, personal, al mismo tiempo de ser un objeto colectivo. Puede ser las dos cosas al mismo tiempo. Debemos aprovechar esa naturaleza del libro.
Ambos trabajaron en el proyecto “El futuro empezó ayer: apuesta por las nuevas escrituras de Guatemala”. ¿Qué tan difícil es para una editorial apostar o trabajar con un escritor que apenas está comenzando y que, por lo tanto, no tiene un nombre en el ámbito literario?
L: Nosotros hemos publicado los primeros libros de una buena cantidad de gente. De alguna manera el nombre nunca ha sido un prerequisito. No nos interesa eso. Por ejemplo, pienso en un caso como Vania Vargas, quien al día de hoy es una de las escritoras más reconocidas y leídas en el país. Ella tendrá cuarenta y dos años, y su primer libro salió con nosotros en el 2010. En ese momento su base de lectores estaba en blogs. Pero ahora es una especie de fenómeno literario. Por otro lado hay autores muy jóvenes que publicamos hace poco. Está el ejemplo de Julio Cúmez, un autor de Comalapa. Es el poeta más joven que hemos publicado hasta ahora. Salió hace dos años su libro. Un libro con una madurez extraordinaria. Él tampoco era conocido, pero lo que nos importaba era que tuviera una obra sólida que publicar. Si la obra viene acompañada de un nombre, bien. Si no, también. Al final es la obra la que va a ir construyendo a sus lectores. Ahí es donde se desencadena el proceso. Vania, con ese libro que publicamos y luego con otro que publicamos dos años después, ha encontrado una cantidad de lectores enorme. Si nos hubiéramos puesto a pensar en el nombre que ella tenía antes de publicarlo, probablemente no hubiera funcionado.
CL: En el caso de Julio Cúmez, por ejemplo, un poeta muy chavito a quien nadie conocía, pero tenía una propuesta sólida, el trabajo del editor es muy importante a la hora de construir al autor. El autor se construye a través de su escritura. Pero también se construye ante el lector. Es todo un proceso. Eso pasó con Julio Cúmez y con Raúl Zurita que es un poeta chileno muy reconocido. Un editor siempre debe construir al autor frente al lector. No importa que el autor ya tenga un reconocimiento de nombre en otro lado o incluso que lo tenga en su mismo país. El trabajo del editor es la construcción de ese autor sobre sus lectores. Comunicarles cómo es su escritura, por qué debés leerlo, qué es lo que viene a nutrir o completar en ese paisaje con su obra. Cuando nosotros publicamos a Zurita no es que lo publicamos y ya. No. Nosotros tuvimos que hacer un puente. El editor es ese puente entre el lector y el libro.
Este año incluyeron en su catálogo el libro “Memorias del año de la Cayetana», que es una nueva edición de A-B-Sudario, novela ganadora del Premio Mario Monteforte Toledo en 2003, de la escritora salvadoreña Jacinta Escudos. ¿Cómo llegaron a la decisión de publicar este libro y cómo ha sido recibido hasta el momento en Guatemala?
CL: Jacinta Escudos es una autora muy importante para nosotros. Cada vez que hablamos de la Editorial X en Guatemala, la única mujer que publicó ahí fue Jacinta.
L: La “X” es el proyecto editorial de Estuardo Prado en los 90. Cuando vos pensás en ese proyecto, el único nombre femenino es el de Jacinta Escudos.
CL: Y ya es mitológico el nombre cuando llegás a la literatura. Porque ya se había acabado el proyecto editorial de la X, hasta hace unos años que Estuardo lo resucitó. Pero en ese momento era todo un mito. No sabíamos dónde estaba Estuardo. Cuando encontrabas un libro de la X era como encontrarse un pequeño tesoro. Y entre esos tesoros figuraba siempre el nombre de Jacinta Escudos. Eso sin contar el premio este (Premio Centroamericano de Novela Mario Monteforte Toledo 2003) que fue muy sonado. Llegamos al libro por distintos momentos. La primera vez que lo leí me sorprendió mucho. Fue a través de Vania Vargas que lo conocí. Fue en el 2004, cuando estaba recién salido. Yo no tenía ni 20 años y ese libro ya estaba pateando cosas dentro de mi cabeza y en la de muchos. Creo que el personaje de la Cayetana es un personaje entrañable, abusivo con las formas establecidas. La Cayetana fue un marcapasos que incluso perfila a la forma de escribir de las mujeres. Nos plantea la necesidad de ser escritoras y armarse como tal. Es un libro muy importante. Fuera de su calidad literaria, el valor que tiene es el de perfilar a una mujer escritora, los hombres que están a su alrededor, observando a ese animal raro que es una mujer extraña, que funciona diferente, que no es lo que esperan, que los tiene obsesionados y solo pasan pensando en ella porque está rompiendo esquemas. Pasan los años y ese libro se agota. Entonces el aura que cae sobre el libro es el de “¡qué suerte que tengás A-B-Sudario entre tus libros, porque ya no hay manera de leerlo!”. Es un libro que yo recomendaba y no había cómo conseguirlo. Ahora bien, la editorial dio el cambio importante de hacer crecer una de sus extremidades el año pasado con la colección de narrativa (Colección nudo y desenlace). Empezamos con Rodrigo Rey Rosa, narrador guatemalteco. Y este año quisimos salir de Guatemala y solo con pensar en la posibilidad de publicar “Memorias del año de la Cayetana» era un deseo nuestro. Más cuando escuchamos el rumor de que ese era el título original del libro. Queríamos publicar a Jacinta y ponerle al libro su nombre real. Afortunadamente todo fue muy espontáneo. Le hablamos a Jacinta justo en el nudo de nuestro año que es la FILGUA y trabajamos todo muy bien con ella. Y ahora podemos decir que la Cayetana anda otra vez entre los lectores. Quiero destacar que en Guatemala Jacinta es muy querida y leída. Ha editado bastante en Guatemala.
L: Fue muy loco porque el año pasado, como en octubre, coincidimos con Mauricio (Orellana Suárez) en Panamá. Empezamos a hablar con él de Jacinta. Yo todavía no había leído A-B-Sudario. Sí lo conocía, principalmente porque había oído hablar a Carmen y a Vania de la Cayetana. Entonces Mauricio me contó la historia detrás del título original del libro. Pasó. Todavía no teníamos la intención de publicarla. Pero en mayo de este año, mientras decidíamos cuáles iban a ser las novedades para la feria, de repente recordamos el nombre de Jacinta. Le escribí a Mauricio para que me pasara el contacto de Jacinta y a los dos días ya teníamos el “sí” por parte de ella. Nos explicó que el único problema era que no tenía archivos digitales. Los archivos que tenía eran unos de word que no tenían formato. Nos lo pasó pero había que hacer un trabajo muy intenso con esos detalles. A los tres o cuatro días ya estábamos enviándole una maqueta. Con la portada fuimos muy afortunados que uno de los diseñadores, Álvaro Sánchez, empalmara muy bien con el libro. Álvaro había leído a Jacinta desde tiempos de la Editorial X. Jacinta estaba feliz y Álvaro también con el resultado de la portada. Toda esa constelación se puso en movimiento para hacer que el libro se concrete. Lo mejor que pasó en la FILGUA es que toda una generación nueva de lectores conoció a Jacinta Escudos a través de este libro.
¿Habrá en un futuro más escritores salvadoreños o del resto de Centroamérica dentro de su catálogo?
L: Seguro. El Salvador siempre ha sido una especie de pendiente para nosotros. Porque, pese a que hace varios años por un proyecto de coedición con unos amigos en México, que habíamos publicado un libro de Otto Guevara, ese proyecto finalmente se cerró y fue el único proyecto que se concretó. En otras ocasiones nos habíamos acercado a varias personas, hombres y mujeres de nuestra generación, para hacer otras cosas pero por A o B razón nunca se logró. Hasta ahora con Jacinta. Entonces es seguro que hay un montón de cosas por hacer. Sobre todo porque hay una colección muy particular que nos interesa mucho. Y es que por lo menos haya uno o dos libros de cada país. Es una antología que tenemos. Un libro nos sirve un montón porque nos ayuda a entendernos o a percibir cómo es el panorama. Esa antología suele hacerla un poeta del mismo país, un poco mayor del rango que estamos mapeando que es del 70 al 90, y a partir de esa aproximación tenemos un terreno más seguro.
CL: Nos sirven como guía esos libros. Así podremos publicar a autores que nos interesen como de Ecuador, Perú, México, entre otros.
L: Y esos libros están disponibles para descarga gratuita en nuestra página. Es de la colección La Rueda.
CL: El mayor pendiente que tenemos en El Salvador, porque no se logró concretar en su momento el proyecto. Pero cuando lo tengamos podremos acercarnos más a las escrituras de El Salvador. Yo tengo mis candidatos. Tengo un candidato poeta específico que quiero publicar de El Salvador y espero se concrete. Ese es Vladimir Amaya. Y aparte que nosotros tenemos un gran respeto a la narrativa de autores salvadoreños.
L: Claudia Hernández es una de las escritoras que siempre ha estado en nuestro panorama. Ella tiene unos cuentos que son muy memorables. Y pese a que han pasado años y ha publicado mucho en el país, actualmente es difícil encontrar libros de ella.
*Felipe A. García (San Salvador, 1991) ha publicado las novelas “Hard Rock” y “Diario mortuorio” con la Editorial Los Sin Pisto (2018). Es Gran Maestre en perder los Juegos Florales de El Salvador.