Asfalto

Comenzamos este 2022 con la publicación del cuento Asfalto del escritor salvadoreño Rafael Deras. Con este cuento iniciamos un año que esperamos esté cargado de mucha literatura. Los invitamos a estar pendientes de todas nuestras publicaciones, pues este año, Revista Café irlandés celebrará cinco años en línea. 

Maridaje recomendado: Café

Por: Rafael Deras*

Soy de esas pocas personas que no tropiezan con la misma piedra dos veces. Pero usualmente, cuando regreso por el mismo camino, me gusta ver la piedra en la que tropecé para analizar cómo pude haber tropezado en ella, o deducir qué tipo de daño pude haberme hecho.

Es algo similar a esto. Cuando voy manejando y me meto en un hoyo, siempre me queda la “espinita” de querer saber cómo era tal bache. Al punto que, al volver a casa por el mismo camino, voy buscando el mentado hoyo para ver cómo o qué era, y tratar de imaginar qué piezas de mi carro podrían haber resultado golpeadas o dañadas por semejante estupidez.

Ayer, curiosamente, mientras contestaba mensajes en mi teléfono (lo sé, no se debe manejar y escribir mensajes en el teléfono a la vez, pero lo hago muy poco), aparté la vista del camino lo suficiente para no advertir un tremendo hoyo en la calle. El golpetazo fue mi llamada de alerta, al punto que hasta boté el teléfono al piso. Como siempre, decidí dejarlo ahí y dedicarme a manejar; guardar silencio y escuchar si le había producido algún ruido nuevo al carro. Aparentemente no fue nada, así que seguí camino.

Al regresar de mi diligencia por la misma calle, con la curiosidad de saber en qué carajos me zampé, manejaba por el carril de regreso buscando el bache en el carril contrario. Por más de quince o veinte metros en marcha, buscando en el carril contrario, no lograba ver nada anormal en la calle, ni siquiera un parche o relleno, de esos que dejan los que reparan las calles. Y cuando empezaba a dudar si realmente estaba buscando el hoyo en el lugar correcto…

¡PLOCOM!

Y luego…

PLAC… SHHH PLAC… SHHH PLAC… SHHH PLAC… SHHH PLAC…

—¡Puta! La llanta…

El golpe fue tal, que el timón giró violentamente a la derecha. Dándome un tirón fuerte en la mano, por lo que me fue difícil enderezar el vehículo.

Era imposible continuar, la llanta delantera del lado del pasajero halaba el timón con cada giro que daba.

Afortunadamente, la zona urbana que transitaba no se menciona tan frecuentemente en las noticias trágicas de todos los días. Así que me detuve y empecé a sacar las herramientas y la llanta de repuesto del baúl. El plan era hacer el cambio de la forma más rápida posible y volver a casa; ya habría tiempo luego de ir a reparar la llanta otro día.

Aflojé las tuercas, levanté el vehículo y me disponía a desmontar la llanta cuando escuché levemente un crujido proveniente del suelo. Como una piedra considerablemente pesada rodando sobre una pendiente de concreto. Y luego, en cuestión de segundos, un fuerte golpe súbito como metal retorcido, vidrio quebrado y una estela sonora característica de un vapor presurizado liberándose de un radiador partido por la mitad en pleno funcionamiento; la primera pieza esencial de un automóvil que se rompe en una colisión frontal.

Me olvidé por completo del neumático. Levanté levemente la cabeza para ver por encima del capó y me sorprendió que el vehículo accidentado estaba justo al lado del mío. Al disiparse el vapor proveniente del motor, vi que frente a los hierros retorcidos se levantaba una figura oscura de unos dos metros de altura, de forma irregular a los costados, pero maciza como un muro colocado en medio de la vía. Sobresalía de la calle en un solo bloque y parecía construida del mismísimo asfalto por el que circulaba anteriormente.

Estaba seguro de que no podría haber estado ahí antes, dado que la hubiera visto, aunque mi distracción por haber estado buscando el bache y lo poco perceptible de su color para ser visto de reojo al caer la tarde, me pudo haber distraído de ver el obstáculo en medio de la calle.

Traté de divisar al conductor del vehículo chocado desde mi posición, pero me fue imposible por la capota doblada y el parabrisas resquebrajado.

Me desplacé lentamente por detrás de ambos vehículos sin quitar la vista del prominente objeto; tratando de reconocer en su forma, dimensiones, o algún indicio de dónde provendría o cómo pudo haber llegado ahí.

Mientras me acercaba a la ventana del conductor por el costado, oí un crujido que parecía provenir desde el objeto. Me detuve en seco. Eché un vistazo rápido adentro del vehículo. El conductor parecía estar volviendo en sí, se llevaba la mano a la nuca frotándosela lentamente y abriendo los ojos con dificultad. No pude ver todo el interior, pero supuse, por el ruido de la colisión, que el conductor podría tener sus piernas aprisionadas en los hierros retorcidos de la cabina.

—Hola, ¿me escucha? —pregunté.

No hubo respuesta.

Escuché nuevamente el crujido, acompañado ahora del sonido delicado de pequeñas piedras de gravilla que caían al suelo desperdigándose. Instantáneamente volví la vista a la inmensa montaña negra, que ahora se movía lentamente en dirección al costado del conductor; quién aún no lograba reincorporarse del todo.

—Amigo, si me escucha trate de salir del auto —dije mientras retrocedía sobre mi camino lentamente sin apartar la mirada del esperpento.

Los crujidos aumentaban y ahora parecía que una especie de tentáculos pedregosos emergían del objeto y rodeaban al tipo del vehículo. Asombrado, me agaché detrás del vehículo chocado, manteniendo solamente mi cabeza por un costado para no perder de vista al monstruo.

El crujir incrementaba como si los tentáculos rodeaban completamente al individuo, le hacían presión e intentaban jalarlo. Escuché los pujidos del hombre cuando la presión obligaba a sus pulmones a expulsar el aire que pudieran contener. En menos de un minuto escuché el quejido más grande, acompañado de un tronido, como de ramas secas que se quiebran; sus costillas seguramente.

Estaba perplejo, no podía moverme ni ver hacia otro lado. De repente, después de un estruendo, el cuerpo del conductor fue arrancado de su asiento. El cinturón de seguridad fue destrabado desde los pernos del seguro y mientras la creatura atraía el cuerpo con sus tentáculos, vi que los tobillos del hombre chorreaban sangre, los pies habían quedado aprisionados dentro del vehículo.

La montaña usó sus tentáculos para llevar el cuerpo del hombre en su dirección y luego empezó a recubrirlo con su misma grava, como que se lo estuviera tragando de pies a cabeza. El crujir de la grava sonaba mas fuerte mientras el objeto reacomodaba a su víctima en su interior y volvía a compactarse.

Recuperé el aliento y giré la vista hacia atrás para idear un plan de escape huyendo por la calle a mis espaldas. Pero solo encontré una gran pared, también de asfalto a menos de dos metros de distancia; como si la calle misma se hubiera levantado del suelo para formar un muro. Busqué las aceras a los costados, pero el muro continuaba de forma circular alrededor de los dos vehículos y por la espalda de la criatura, a quién ahora veía nuevamente de frente y se arrastraba lentamente en mi dirección.

Caí sentado y me arrastré de esa forma hasta topar con el muro, me giré y alcé los brazos buscando la cúspide para poder trepar, pero era demasiado alto. Sentía como el monstruo seguía crujiendo y levantando gravilla a su alrededor mientras se acercaba a mis espaldas.

Cerré los ojos y di un suspiro tratando de pensar otra manera de salir, el crujir del monstruo aumentaba, y cuando me volteé para ver si habría un espacio para escurrirme entre su costado y el muro. Solo pude ver uno de los tentáculos como un veloz latigazo en dirección a mi rostro.

***

Desperté hoy aquí, en la cama del hospital, con la mandíbula rota y un ojo cerrado por la hinchazón. Obviamente sin poder hablar, pero he escuchado al médico ordenar a la enfermera que me vigile constantemente. Me ha facilitado bolígrafo y papel y he podido escribir lo que recuerdo de ese día como parte de mi evaluación neurológica, para confirmar que no he perdido la memoria y descartar alguna lesión cerebral.

Mi vehículo fue encontrado y remolcado a casa con la llanta estallada y el “rin” partido en dos. Adicionalmente, encontraron un tacuazín atropellado a unos cuantos metros por detrás de mi vehículo, quien presumen pudo haber provocado el accidente, según el médico. No mencionan nada de montañas o muros de asfalto ni mucho menos de otro vehículo accidentado en el lugar. Suponen que estaba ebrio, choqué y me caí de bruces en a cuneta al bajarme del vehículo.

Lo que nadie se explica es la gravilla incrustada en mi mentón.

*Rafael Deras, nacido en Santa Tecla en la década de los 80s. De familia de futbolistas, aunque prefirió la guitarra a la pelota. Informático de profesión. Aficionado a aprender y a descubrir cosas nuevas. Con gustos musicales y literarios influenciados por su madre y su hermano, que ahora se revuelven con casi todo lo que se le ha cruzado por internet. Bajista de Prueba de Sonido desde 2009. Aspira descifrar el significado de los sueños.

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