La guerra y los libros

Maridaje recomendado: Café

Por: Felipe A. García

I

Hace mucho tiempo, la lectura era prohibida. Eran tiempos de guerra en El Salvador, cuando los militares tenían órdenes de arrestar y hasta matar a todo aquel que tuviera un libro en las manos. Cargar un libro era tan peligroso como cargar un arma. Todo aquel que tuviera uno era acusado de guerrillero. Poco a poco las personas comenzaron a sentir miedo por los libros. Los escondían, enterraban o quemaban. La mejor forma de conservar la vida era dejando de leer.

Más de veinte años han pasado desde los Acuerdos de Paz. Ya no hay militares persiguiendo a escritores ni lectores. Tampoco hay razones para quemar o enterrar libros. Y sin embargo, a pesar del tiempo, el escritor y director de la Biblioteca Nacional de El Salvador, Manlio Argueta, sostiene la teoría de que la renuencia a la lectura en el país se debe al conflicto armado, pues fue en esa época cuando se nos acostumbró a no leer.

El autor de la novela Un día en la vida afirma que: “Es un síndrome anti-libros el que ha habido en el país en los últimos años. Más que todo en los maestros y adultos. Como ellos fueron perseguidos, es difícil borrarles ese miedo que sienten por los libros.”

Pese al miedo, él, como director de la Biblioteca Nacional, asegura que en El Salvador hay muchos jóvenes interesados por la lectura. No es del todo cierto decir que el salvadoreño no lee. El problema, explica, es que la lectura es algo que debe fomentarse tanto en casa como en las escuelas. Y esto no ha sido posible en los últimos años debido a que las familias y los maestros fueron víctimas del conflicto. Sin querer, les heredaron a las nuevas generaciones esa mala costumbre de no leer que a ellos les salvó la vida.

II

Cuando la guerra terminó, y los libros dejaron de ser un motivo de persecución y muerte, una pequeña parte de la población sintió la necesidad de hablar del tema. Deseaban entender qué había ocurrido en el país, pues mientras el conflicto se desarrollaba, existió mucha desinformación al respecto.

Los Acuerdos de Paz sirvieron para animar a quienes deseaban hablar del tema. Ya sea como víctima o combatiente, se produjo una gran cantidad de obras testimoniales relacionadas con la guerra. Sus autores, más que con fines literarios, deseaban desahogar o justificar un hecho ocurrido durante el conflicto. No todos tenían formación literaria, por lo que las historias que narraban carecían de una verdadera construcción. A ellos lo único que les interesaba era plantear sus teorías, defender su ideología o contar sus anécdotas.

Para Ricardo Roque Baldovinos, crítico literario y docente universitario, esa preocupación por tocar estos temas fue natural. “Las huellas de estos conflictos quedan. Uno lo puede ver con otros ejemplos como el caso de España con la Guerra Civil o el caso de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Son temas que los pueden tratar tanto los que lo vivieron como las generaciones posteriores. Son temas que recurren porque la gente vive sus secuelas.”

Para bien o para mal, aquellas obras fueron las primeras que trataron el conflicto armado. Cumplieron con su objetivo de romper el tabú que existía alrededor del tema. Sus publicaciones ayudaron a que aquellos que todavía no lograban entender qué había ocurrido en los últimos años, se hicieran una idea y consiguieran cerrar un capítulo en sus vidas. Sin embargo, en términos literarios, aquellas obras estaban lejos de ser material de calidad para la literatura salvadoreña y su memoria histórica.

III

El proceso de producción de un libro es largo y complejo. No se trata sólo de sentarse a escribir y luego publicar. Se trata de un proceso que puede tardar años. Quienes conocen el oficio de la escritura saben que entre más tiempo se trabaje un libro, mejor será el resultado. Sobre todo cuando el escritor desea tratar un tema tan delicado y complejo como una guerra, pues es necesario asimilarlo primero para poder trabajarlo con mayor objetividad y número de recursos.

El principal problema de aquellas primeras obras que se produjeron tan pronto terminó el conflicto es el tiempo. Sus autores no se dieron el tiempo necesario para digerir el tema. Ellos, ante su necesidad de hablar, se lanzaron a escribir textos sin una adecuada preparación ni distancia emocional. A ese problema se le sumó la poca o nula preparación literaria que tenían, con la que no lograron ver qué material tenía potencial literario y cuál no lo tenía. Finalmente, estaba el tema de la autopublicación.

En el proceso de edición de un libro intervienen otras personas además del escritor. Estos son quienes sugieren cambios al autor para darle mayor calidad al texto. Son ellos quienes saben cómo mejorarlo para garantizar una mayor identificación e interés por parte del púbico, así como la debida corrección de estilo.

Es muy probable que los autores de estas primeras obras, al desconocer los procesos de edición, se hayan aventurado a autopublicar. Con la autopublicación, se saltaron todo este proceso en el que la obra se somete a cambios a favor de su público meta. Por lo que al momento de ser publicadas, los libros carecían del atractivo necesario para aquellos lectores que no tenían interés por el tema. Que lejos de querer informarse, deseaban olvidar aquel hecho histórico. Hay que recordar que gran parte de la población sentía un miedo inconsciente al libro, así como también existían quienes se habían acostumbrado a no leer.

IV

Todo se complicó cuando los medios de comunicación y entidades culturales en el país, en un intento por compensar aquel período de desinformación al que los salvadoreños fueron expuestos durante la guerra, brindaron una sobreatención a estas primeras obras. No les importaba promover calidad literaria, importaba divulgar el tema. Deseaban demostrar que tras la firma de los Acuerdos de Paz, ya no se le debía temer a la guerra. Y eso, creían, sólo lo podían conseguir promoviendo estas primera obras.

Teniendo en cuenta todos los factores mencionados anteriormente, es natural que los salvadoreños desarrollaran un rechazo a los libros de la guerra. Y es que no sólo se les estaban imponiendo lecturas que no les interesaba leer, sino que también debían enfrentarse a textos con deficiencias en el lenguaje y la construcción de sus historias. Cabe destacar que, algunas de estas obras, están incluidas en el programa de lectura de los colegios, pues al ser publicaciones locales son de bajo costo y fácil acceso.

“Cuando un tema se repite mucho, pasa lo que en la literatura se llama  anquilosamiento del tema. Es cuando algo deja de ser interesante. Deja de producir novedad y hasta deja de tener ese papel de revelación o iluminación artística. Cuando esto ocurre, el creador está obligado a cambiar su repertorio, a tratar los temas de  manera más creativa e inteligente”, explica Ricardo Roque Baldovinos. “La memoria también puede convertirse en una cárcel, sobre todo cuando se vuelve una memoria que nos agobia”, concluyó.

La sobreantencion que estos libros obtuvieron llegó a construir la errónea idea de que en El Salvador sólo se escribía de la guerra. Logrando, como efecto colateral, que los salvadoreños no sólo perdieran interés en la literatura que hablaba explícitamente del conflicto, sino también por el resto de nuestra narrativa. Temían encontrar el mismo tema en todos los libros producidos en el país.

V

A 25 años de los Acuerdos de Paz, un grupo de escritores salvadoreños con reconocida trayectoria literaria han comenzado a publicar sus historias del conflicto armado. Se trata de autores que ya han demostrado su calidad literaria. Por lo que podemos esperar de ellos libros con un buen trabajo de lenguaje y mayor número de recursos literarios. Sin embargo, el panorama al que actualmente se enfrentan no es del todo favorable para sus obras.

Sólo en los últimos años se han publicado novelas como: La sirvienta y el luchador (2011) y El sueño del retorno (2013) de Horacio Castellanos Moya; Camino de hormigas (2015) y  La casa de Moravia (2017) de Miguel Huezo-Mixco; Noviembre (2015) de Jorge Galán y Roza, tumba, quema (2017) de Claudia Hernández. Obras escritas con un mayor número de recursos narrativos, ofreciendo propuestas más novedosas y atractivas a los lectores. Y es que sus autores, aparte de contar con una preparación literaria, se han tomado el tiempo necesario para asimilar el tema y presentarlo con enfoques que exploran cómo la guerra afecta física y emocionalmente a sus participantes.

Los libros anteriores, así como otros pocos que no han sido mencionados, podrían ser un remedio para recuperar el interés de los salvadoreños hacia la literatura de guerra en el país. Pero, debido a cuestiones editoriales y comerciales, están lejos de conseguirlo. Y es que todas las obras mencionadas anteriormente han sido publicadas por editoriales extranjeras. Su disponibilidad en el país es limitada, así como sus costos son pocos accesibles para la población.

La renuencia hacia la literatura nacional y el anquilosamiento al tema de la guerra no terminará hasta que las entidades culturales en el país decidan promover estas nuevas obras. No se trata de imponerlas, sino de buscar la manera de acercar a la gente a esta nueva literatura que se está produciendo. Sin embargo, para esto, se requiere una inversión económica tanto para hacerse de los derechos intelectuales de estas obras que actualmente se encuentran en manos de editoriales extranjeras, así como para el diseño de una estrategia que ayude a la sociedad a botar los prejuicios que tienen de la narrativa nacional. Inversión que es poco probable que alguien en el país se atreva a realizar. Sentenciando, como muchas veces ha ocurrido en el pasado de las letras salvadoreñas, a que estos libros queden en el olvido.

Se avecinan grandes retos para la literatura salvadoreña. Por el momento, la única esperanza con la que contamos es que estas editoriales extranjeras mantengan su interés por nuestra literatura y, ya sea a través de versiones físicas o digitales, conserven dentro de sus catálogos estas obras, hasta que alguna entidad nacional se preocupe por adquirirlas para promoverlas en el país. De lo contrario, si estas editoriales deciden discontinuar estos títulos, nuestra literatura y memoria histórica corre el riesgo de caer en el olvido.

Felipe A. García (San Salvador, 1991) es autor de las novelas Hard Rock y Diario mortuorio publicadas por la Editorial Los Sin Pisto. 

 

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