Maridaje recomendado: Agua del leteo
Por: Jorge Mercado*
Alma tiene un perro que está muerto pero que aún ladra por las noches. El perro murió de rabia en la habitación contigua a la cocina y no deja de ladrar allí todas las lunas a pesar de haber sido enterrado bajo el árbol del patio trasero. Alma todas las noches antes de irse a la cama le lleva un filete que roba del supermercado en que trabaja. Por las mañanas el filete ya no está pero sí está el olor de siempre que el perro sigue conservando después de muerto.
No extraña a su perro por las mañanas del domingo en que no va al trabajo. Por las mañanas del domingo se sienta a escuchar cantar en la habitación de su hermana –que está de viaje con su antiguo marido- a su canario muerto. El canario murió en su jaula ahogado por una semilla demasiado grande para engullir que por accidente se coló en medio de los barrotes. A Alma le parece que su canario muerto canta más lindo ahora que cuando estaba vivo, por eso le deja, sobre la cómoda de la habitación de su hermana, las semillas que roba del supermercado en que trabaja. Pero esta vez se cerciora de que las semillas sean lo suficientemente pequeñas para que el ave no vuelva a ahogarse.
Cuando el concierto de su canario muerto termina por las mañanas de domingo, Alma se dedica a alimentar a su madre que descansa todos los días en la habitación de al lado de la habitación contigua a la cocina. La madre de Alma tiene los ojos fijos en el techo, la boca abierta como si pronunciara para siempre la letra A y sus manos están cruzadas rígidamente sobre su pecho. La madre de Alma ya no respira. A Alma le tomó algún tiempo acostumbrarse al hedor con que la enfermedad de su madre perfuma la habitación, hasta que descubrió que no hay pestilencia que el amor de una buena hija no pueda soportar.
Cuando Alma alimenta a su madre le cuenta su historia de amor con el tipo que se encarga de llevar el inventario en el almacén del supermercado en que trabaja. Le dice que cada día las miradas furtivas son más, que, incluso, el tipo estuvo a punto un día de estos de pedirle a ella que le alcanzara unos utensilios de cocina que se le habían caído al suelo, que si no hubiera sido porque la entrometida de su compañera de trabajo pasara por ahí, de seguro el tipo le habría dirigido la palabra, que todas estas cosas le hacen estar segura de que muy pronto el tipo le propondrá matrimonio. Le cuenta a su madre que eso la hace muy feliz, que casándose con él los problemas serán menos y la comida será más abundante, que casi ya no hay abasto con las cosas que roba del supermercado en que trabaja, pero que seguramente el suyo será el mejor marido que una mujer podría tener y que lo más probable es que ya ni siquiera tenga que matarse trabajando como mula, porque su esposo se matará trabajando como burro por las dos, por ti, mamá, por el perro, por el canario y hasta por mi hijo. Por su hijo que desde hace mucho tiempo no se aparece por la casa. Alma entrecierra un poco los ojos y mira hacia el suelo. Alma ha estado decepcionada desde que a su hijo se le ha dado por volver a su hogar solo cuando se le da la gana y nada más para robarse el dinero que ella esconde debajo del jarrón que está en la mesa de la cocina. Le preocupa que su hijo todavía sufra de dolor por las balas que le vaciaron la sangre. Piensa que la muerte ha hecho cambiar a su hijo, la muerte es la culpable de que su hijo ahora sea un rebelde que solo esté muerto para despilfarrar el dinero en quién sabe qué vicios que no son de este mundo. Alma cree que si el padre de su hijo no se hubiera ido de viaje hace varios años junto a su hermana, tan acaramelados los dos, tal vez su hijo no estaría tan extraviado del buen camino como lo está ahora. Por eso vuelve a sonreír cuando recuerda a su futuro esposo y le dice a su madre que cuando se case, entre su marido y ella, será más fácil hacer entrar en razón a su hijo muerto.
Cuando se llegan las tardes del domingo, Alma se dirige hacia a la mecedora que hay en el corredor de la casa y se sienta a observar las otras casas que hay alrededor. Se sienta a preguntarse cómo es posible que sus vecinos permitan que sus casas estén tan destruidas. También se sienta a inquietarse por averiguar cómo le hacen los vecinos para poder dormir bajo tantos escombros. En ese momento Alma recuerda lo último que le dijo a su hijo hace unos cuantos días en que escuchó cómo el jarrón era removido para sacar el dinero que ocultaba: le dijo que nunca, por más lejos que estuviera, se olvidara del lugar en que quedaba su hogar, no sea que el día en que decidas regresar no encuentres más que escombros. Se lo dijo desde detrás de la puerta de la cocina porque no se atrevió a mirarlo, sintió miedo de ver que la clase de cambios dados por la mala vida que la muerte le ofrecía lo tuvieran tan cambiado que ya no podría reconocerlo.
Perdida en sus pensamientos, Alma recibe las noches de los domingos, que si no fuera porque su perro muerto la saca de ellos con sus ladridos de hambre, ella no se daría cuenta de que el sol ya anda iluminando otros lugares. Por ahora es mejor ir a dejarle el filete al animal, que Alma piensa que si hay algo triste en este mundo es andarse muriendo de hambre. Después irá a regar las flores marchitas del jarrón en el que esconde el dinero y por último se irá a tumbar en la cama, como todas las noches de domingo, relajada, a pesar de que en la vida de las mujeres como ella ni en los domingos se descansa, y terminará la página quince que tanto le ha costado leer del libro que robó del supermercado en que trabajaba antes de trabajar en el que lo hace actualmente. Del anterior la despidieron por descubrirla robando. Luego se dormirá con una sonrisa porque mañana tal vez sea el día, mañana tal vez su amante del almacén le proponga matrimonio, ya no puede ser posible que siga reprimiendo por más tiempo ese deseo enfermizo que siente por ella, que se le nota en los ojos.
IR A DÍA DE INVIERNO
IR A LAS TRANSFORMACIONES DE LA BRUJA
*JORGE MERCADO (SAN SALVADOR, 1992) DESERTÓ DE LA UNIVERSIDAD CON LA CONVICCIÓN DE CONVERTIRSE EN ESCRITOR EN UN PAÍS DONDE LA LITERATURA “VALE VERGA”. ES AMANTE NO SECRETO DE LA LITERATURA GÓTICA, JAPONESA, FANTÁSTICA. ES DE LOS “PENDEJOS” QUE CREEN QUE EL CUENTO ES EL ARTE MAYOR DE LA LITERATURA. EN SUS RATOS LIBRES, QUE SON 24 HORAS AL DÍA, TRATA DE QUE NO FALTE EL BLACK METAL.
¡Excelente! Me gustó mucho.
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