¡Pasaporte, por favor!

¿Listos para viajar en estas vacaciones? Este cuento es ideal para la espera de abordaje. Presentamos «¡Pasaporte, por favor!», un cuento de Felipe A. García. 

Maridaje recomendado: Café

Por: Felipe A. García*

A Luis y Yoli, protagonistas de esta historia

El vuelo salía a las 10:00 AM. A Patricia comenzaba a dolerle la cabeza tras pasar todos los filtros de seguridad en el aeropuerto. Sin importar cuánto amaba viajar, toda esa rutina del check-in y migración la estresaban al punto de siempre terminar con migraña. Marcos, su ahora esposo y con quien regresaba de su luna de miel, contrario a ella, caminaba despreocupado por los pasillos buscando la puerta de embarque.

—¡Tengo sed! —le anunció cuando por fin la encontraron y se acomodaron en las sillas de espera.

—No vayás a comenzar… —le advirtió Patricia, con poca paciencia por culpa de su malestar. 

—¿A qué? ¡Si tengo sed! —se defendió.

—Pues aguantate. Ya vas a tomar algo en el avión.

Marcos se quedó callado solo para no discutir. Sabía que se terminaría saliendo con la suya, por lo que no hizo caso de las advertencias de su esposa. Echó una mirada a su alrededor para buscar alguna cafetería cerca, pero para su desgracia solo había licorerías y tiendas de recuerdos. Recordó que había visto una más atrás, mientras buscaban la puerta de abordaje. Consultó su reloj y al ver que todavía tenía tiempo de sobra, hora y media para que saliera su vuelo, decidió ir a comprar el café.

—¡Ya voy a venir!

—¿A dónde vas? —preguntó Patricia, pero su pregunta era más un reproche que una incógnita.

—A comprar algo de beber.

—Marcos, por favor. Puro niño chiquito te estás comportando. Quedate aquí y esperá a que nos den algo en el avión.

—Si falta mucho para que despegue. Ya voy a venir, no tardo nada. Cuidame las cosas —le ordenó con firmeza. No le permitió negarse cuando ya estaba de camino a la cafetería.

“¡A la puta!”, pensó Patricia mientras se acariciaba las sienes.

La fila para comprar café era demasiado larga. Si la hacía, tardaría al menos treinta minutos en ser atendido. Y si bien era cierto que le ganó un round a su mujer, el segundo lo perdería por K.O. A la par de la cafetería había otro quiosco más pequeño donde vendían agua. Salió de la fila y compró una botella de medio litro que se tomó de inmediato. Al acabársela decidió ir de un solo al baño para no fastidiar más a Patricia. Corrió a los primeros sanitarios que encontró.

***

Habían pasado diez minutos desde que su marido fue a comprar algo de beber y todavía no regresaba. Mientras tanto, ella sentía que el dolor de cabeza iba incrementando por culpa de la molestia que su esposo le acababa de hacer pasar, así como la incomodidad de estar cuidando el equipaje de los dos para que nadie se los robara. Alzó la vista a una pared y, por casualidad, alcanzó a leer un letrero que advertía a los pasajeros a no aceptar cuidar maletas de ningún desconocido en el aeropuerto. “Eso debería incluir maridos…”, masculló Patricia.

***

Trató de regresar por donde vino, pero un agente de seguridad lo detuvo al instante. “Pasaporte, por favor”, le dijo el oficial en inglés. Marcos no le entendió, pero intuyó lo que le estaba pidiendo. “Español…” le dijo para suplicarle que tradujera la orden. “Pasaporte, por favor”. Marcos buscó en los bolsillos y descubrió que no traía sus papeles consigo. Los había dejado en las bolsas de su chaqueta, la cual reposaba sobre la maleta que su mujer se quedó cuidando.

—No los tengo, pero acabo de salir de aquí. Solo fui al baño —trató de explicarle al oficial quien, al no hablar tan bien el español, frunció el ceño mientras intentaba traducir lo que Marcos decía.

El agente de seguridad negó con la cabeza y volvió a pedirle sus papeles. No podía dejarlo ingresar sin ellos, eran las reglas. 

—¡Pero usted me vio salir! —le reclamó Marcos con la convicción de que segundos antes de entrar al baño, ambos habían cruzado miradas. Pero el oficial volvió a negar con la cabeza y, con una mala pronunciación del español, le dijo que sin papeles no lo podía dejar pasar. Si quería regresar a la puerta de abordaje, debía realizar el check-in otra vez.

***

“¿Dónde estás?”, escribió Patricia en su WhatsApp, esperando tener señal para mandarle el mensaje a su marido. Pero la red del aeropuerto estaba tan saturada que su teléfono no logró coger la señal. Tampoco tenía Roaming, por lo que marcarle a Marcos no era una opción. Una voz anunció en dos idiomas a los pasajeros del vuelo 4-2-1 con destino a la ciudad de San Salvador, que podrían abordar en cuarenta minutos. Aquel aviso le desató ansiedad. 

***

Miró su reloj y vio que faltaban cuarenta minutos para que saliera su vuelo. La fila para realizar el check-in era más larga que cuando lo realizó al lado de su esposa. No estaba seguro de cómo iba a hacer para convencer a los encargados de que él ya había realizado ese trámite, que sí tenía boleto y pasaporte, pero por accidente lo había dejado con su mujer en el momento en que salió a comprar algo de beber. Claro que pensaba contarles todo con lujo de detalle, pero el sistema de seguridad en el aeropuerto, principalmente uno gringo después de los atentados terroristas del 9/11, era tan estricto que su política parecía ser la de “no confiar ni en Dios”. Desde lejos, visualizó a la señorita que los había atendidos a él y su esposa temprano. Si tenía suerte, cosa que no creía desde el simple hecho de estar pasando esa situación, le tocaría con ella y ella sí comprendería su situación y lo dejaría pasar.

***

“¿Por qué putas me casé?”, se repetía una y otra vez Patricia, cada vez que consultaba su reloj para ver cuánto faltaba para abordar y cuánto tiempo llevaba Marcos comprando su estúpida bebida. Tan solo un año atrás, antes de siquiera comprometerse, Patricia había realizado su último viaje como soltera. Había sido a Tailandia. Ella siempre se jactó de ser una mujer independiente, aventurera. Y, aunque muchas personas le recomendaron no viajar sola a Tailandia pues decían que no era un lugar para que una mujer viajara sola, ella quiso demostrarles que podía cuidarse y defenderse sin la necesidad de ningún hombre. Y aunque el viaje no fue del todo de su agrado, principalmente porque la comida tailandesa le cayó mal en el estómago y pasó enferma casi toda su estadía, regresó con la satisfacción de comprobarle a todos lo independiente que es. Pero ahora que estaba casada y ya no viajaba sola, estaba por primera vez dependiendo de segundas personas. Esa dependencia le había causado más de una molestia durante todo el viaje, pues mientras ella quería salir y conocer, Marcos quería descansar. Su luna de miel no había sido precisamente una miel, sino una verdadera hiel. “Y ahora esto”, se quejaba. La gota que derramó el vaso. Su primer viaje en pareja terminaba de esta manera. “Juro por Dios, pensó, que si no me hubiera casado con este, me valdría verga y lo dejo aquí tirado”. Pero después de murmurar tal afirmación, guardó silencio y se preguntó si en verdad sería capaz de subir al avión e irse sola, dejando a su marido abandonado.

***

—¡Pasaporte, por favor! —le ordenó el encargado de la aerolínea.

Marcos comenzó a contarle la historia. Al igual que el oficial de seguridad, el encargado frunció el ceño al no comprender lo que estaba pasando. No sabía cómo podía ayudar al señor que le insistía que ya había realizado ese trámite y que había dejado sus papeles olvidados con su mujer cuando salió al baño.

—Por favor, ayúdeme —le suplicaba Marcos.

—Pero no puedo, señor. Ese es el reglamento del aeropuerto.

—¡Ella! ¡Ella me atendió a mí y a mi mujer! ¡Pregúntele a ella! —le rogó Marcos al encargado mientras señalaba con el dedo a una señorita que atendía a un chino en shorts y cámara fotográfica en mano. Fue tan escandaloso que, cuando la señorita se dio cuenta que la señalaban, lo miró de inmediato con expresión de susto por no comprender qué estaba ocurriendo. El encargado accedió a preguntarle. Salió de su puesto y se aproximó a su compañera. Marcos vio cuando él comenzó a contarle su situación y lo señaló para comprobar si mentía o no. La chica observó por unos segundos a Marcos, quizás para reconocerlo y luego asintió. Ambos encargados se quedaron mirando entre ellos, en total silencio, como pensando en una posible solución. El encargado regresó a su puesto.

—Espere un momento, ya va a venir mi compañera.

—Pero ya va a salir el vuelo…

El encargado no dijo nada.

***

“Pasajeros del vuelo 4-2-1 con destino a la ciudad de San Salvador, comenzaremos el abordaje en breve…”, anunció la aeromoza al mismo tiempo que una de sus compañeras se preparaba para recibir a los viajeros.

Entonces ya no pudo con la angustia. Estaban a una nada de abordar y Marcos no aparecía. No le caía ningún mensaje al teléfono. Incluso, ya no le importó cuánto le costara la llamada sin el Roaming, intentó marcarle pero no consiguió que le atendiera. La preocupación de Patricia le humedecieron los ojos. Quería llorar por no saber qué hacer. No podía salir a buscarlo en ese aeropuerto tan grande, menos cargando todo ese equipaje. Si quería hacerlo, debía dejarle todas las maletas a alguien para que se las cuidara, aunque nadie se las aceptaría, pues sospecharían de una bomba. Con tan solo dos semanas de casados, el matrimonio entre Marcos y Patricia estaba a prueba. Y es que tanto si se perdía el avión por él, o subía y lo dejaba a él abandonado, se armaría un pleito entre ellos que tarde o temprano concluirían con el divorcio.

“Pasajeros del Grupo A, pasen a abordar”, anunciaron.

Patricia miró su boleto y vio que su grupo de abordaje era el “D”. Marcos tenía escasos treinta minutos para regresar.

***

¿Cuánto falta para que salga el avión? —preguntó Marcos al borde de la histeria.

—Ya están abordando, señor —se limitó a decir el encargado con un tono de voz impasible.

La encargada de la aerolínea finalmente se acercó a Marcos para preguntarle qué había ocurrido. Él, alterado, comenzó a contar por millonésima vez su situación. Tiraba las palabras de corrido, casi ni se le entendía porque la lengua se le trababa por la prisa. “Mis papeles están en mi chaqueta. Usted los vio”, insistió. Ella le dio la razón, pero le explicó que las leyes prohibían volverlo a dejar pasar sin los documentos, que de hacerlo ella se metería en problemas. No sabían qué hacer.

—¿Y no pueden ir a buscar a mi mujer? Está en la puerta 17, se llama Patricia Osorio.

Ambos encargados cruzaron miradas.

—Si la ves, ¿podés reconocerla? —le preguntó él a ella en inglés.

—Creo que sí —respondió.

—Corré a buscarla porque ya va a salir ese vuelo.

La encargada se dio la vuelta y corrió lo más rápido que pudo, o lo más rápido que sus tacones le permitieron, para tratar de identificar a la esposa de Marcos y pedirle los documentos de él.

***

“¡Pasajeros del grupo D, favor abordar!”

Era ahora o nunca. Era el momento de tomar una decisión. Quedarse y perder el avión por su ahora esposo o irse y dejarlo abandonado. Cualquiera de las dos opciones fracturarían de alguna forma a este matrimonio que acaban de consolidar. La única forma de salvarlo era que Marcos apareciera a último momento y no perdieran el vuelo. Patricia se levantó de su asiento, tomó con dificultad ambas maletas y, haciendo un esfuerzo por no dejar caer su propio pasaporte, comenzó a caminar en busca de la fila para abordar.

***

La encargada de la aerolínea iba repitiendo una y otra vez el nombre de la pasajera para no olvidarlo. Aunque tenía un recuerdo borroso de su rostro, sabía que la reconocería por la blusa que llevaba puesta, pues cuando se la vio, no pudo dejar de admirársela. En todo caso, con el nombre, podía solicitarle a sus compañeras a que la llamaran por lo altavoces.

***

—¡Pasaporte, por favor! —le pidieron a Patricia sus documentos antes de ingresar al avión. Patricia, sin saberlo, sin querer reconocerlo, ya había tomado una decisión. Entregó sus papeles y el encargado los revisó. Se los devolvió y le dio el pase. Pero a último segundo, antes de que ella pudiera ingresar por los toboganes, el mismo hombre la detuvo.

—¿Las dos maletas son suyas? —preguntó.

Ella asintió con temor, no sabía qué decir. El encargado le dijo que no podía pasar con las dos maletas, que cada pasajero tenía derecho a una única maleta de mano. Patricia le explicó que el otro equipaje era de su marido.

—¿Y dónde está él?

Patricia no supo qué responder.

***

Faltaban quince minutos.

La sala de abordaje estaba casi vacía. Faltaba el ingreso de los pasajeros sujetos a espacio. Las azafatas ya estaban contando los asientos disponibles en el avión, en los cuales estaban los de Patricia y Marcos en riesgo. La encargada corrió hacia donde sus compañeras para que llamaran a Patricia por el altavoz, pero antes de llegar logró identificar su blusa a un lado. Patricia seguía discutiendo por las maletas.

—¿Patricia Osorio?

—Sí —asintió ella con temor.

***

Marcos ya no consultaba su reloj. Muy dentro de él daba por perdido el vuelo. Muy dentro de él ya se veía discutiendo con su mujer, pues sabía que ella no le perdonaría esto. Lo único que él nunca se imaginó era que su esposa, cansada de discutir con el encargado, había dejado tirada su maleta en una esquina y se había metido al avión dispuesta a irse con o sin él.

***

La encargada de la aerolínea finalmente apareció con sus papeles en mano. Se los entregó de inmediato a su compañero y lo dejó hacer su trabajo. Él se apresuró todo lo que pudo y cuando terminó, lo único que logró decirle a Marcos fue: “¡CORRA!”.

Marcos corrió todo lo que pudo, pero el camino seguía con obstáculos. Y es que así como tuvo que volver a hacer el check-in, también debía pasar los filtros de seguridad. Colarse en la fila a fuerza, rogando, POR FAVOR, que lo dejaran pasar porque estaba perdiendo su vuelo. Explicando que él ya había pasado, pero tuvo una situación y le tocó hacer todo de nuevo, mostrando una y otra vez su pasaporte con el sello de salida para que le creyeran. Y todos, de mala gana, casi a regañadientes, tuvieron compasión por él y lo dejaron pasar.

***

“Damas y caballeros nos preparamos para el despegue. Cabina, cerrar los toboganes”.

Patricia, sentada ya en su asiento, cuando escuchó aquel aviso, inclinó su cuerpo y tapó su rostro con las manos en un gesto de resignación. Se iba y dejaba a su marido. “Mierda”, pensó.

***

Estaban a punto de cerrar la puerta de embarque cuando Marcos apareció. Encontró su maleta tirada a un lado. La tomó casi sin pensarlo y presentó sus papeles. Lo dejaron ingresar y al hacerlo, detrás de él, la azafata aseguró la puerta del avión. Lo ayudaron a encontrar su asiento lo más rápido posible. Marcos sudaba, pero tenía una sonrisa de victoria. Lo llevaron a su asiento donde se encontró a su mujer con el rostro tapado, quizás para tratar de aliviar la migraña que estaba seguro la estaba matando.

—¡Lo logré! —le dijo victorioso.

Patricia lo miró y no supo cómo reaccionar. Quería matarlo. Pero en ese momento era incapaz de hacer o decir algo. El piloto dio la orden de abrochar cinturones. Ella se enderezó y tratando evitar la mirada de Marcos, la fijó en la ventanilla. Marcos seguía celebrando su victoria. El avión comenzó a moverse y él seguía exaltado, sin aliento. Dio un último suspiro antes de recostarse en su asiento a descansar. Pero tan pronto como se acomodó, la sensación de triunfo desapareció y una pregunta lo invadió e incomodó:

—¿Te ibas a ir sin mí?

*Felipe A. García (San Salvador, 1991). Autor de las novelas «Hard Rock» y «Diario mortuorio», publicadas por la Editorial Los Sin Pisto. Finalista del Premio Hugo Lindo de Novela 2021 con la obra «El infierno heredado». Comediante de Stand Up en Comedia ES.

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